Santa Catalina de Siena

Santa Catalina de Siena

1Jn 1, 5-2, 2; Mt 11, 25-30

Queridos hermanos

          El Señor dice en el Evangelio, que lo mismo que el Padre se complace en los “pequeños” para manifestarse a ellos, así él viene en nuestra ayuda, invitándonos a descansar en él, tomando sobre nosotros su yugo, uniéndonos a él bajo su yugo como iguales, por su humanidad, sabiendo que el peso lo lleva él, porque ha asumido un cuerpo como el nuestro, y un yugo para rescatarnos de la tiranía del diablo, de forma que pudiésemos sacudirnos su yugo y hacernos llevadero nuestro trabajo junto a él en la regeneración del mundo. Qué suave el yugo y qué ligera la carga, si el Señor comparte con nosotros su mansedumbre y su humildad.

          Mientras Cristo siendo Dios se ha hecho hombre sometiéndose a la voluntad del Padre y tomando sobre sí nuestra carne para arar, arrastrando el arado de la cruz con humildad y mansedumbre, nosotros que somos hombres, queremos hacernos dioses, rebelándonos contra Dios, llenos de orgullo y violencia, poniendo sobre nuestro cuello el yugo del diablo que nos agobia y nos fatiga. Por eso dice el Señor: “Aprended de mí”. No a crear el mundo, sino a ser mansos y humildes de corazón, como dijo san Agustín. No a crear el mundo, sino a salvarlo unidos a Cristo; no a ser dioses, sino a someternos humilde y mansamente al Padre, trabajando con Cristo, el único redentor del mundo. Como dijo san Juan de Ávila: “Cristo, por el fuego del amor que en sus entrañas ardía, se quiso abajar para purgarnos; dándonos a entender que si el que es alto se abaja, con cuánta más razón el que tiene tanto por qué abajarse no se ensalce. Y si Dios es humilde, que el hombre lo debe ser” (Audi filia, cap. 108 y 109) unido a él.

          El Señor nos ha dicho: “Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado; como el Padre me envió, yo también os envío.” Seguir a Cristo es asociarnos a su misión. Ahora tenemos un nuevo Señor a quien servir, para encontrar descanso para nuestras almas. El que pierde su vida por Cristo, la encuentra.

La mansedumbre y la humildad de Cristo en llevar su yugo, es lo que nos invita a aprender de él, llevándolo también nosotros para que descubramos que son suaves y ligeros su yugo y su carga, y encontremos descanso y reposo.

Nadie más pequeño y pobre que uno sometido voluntariamente al yugo del amor, y a la vez nadie más grande y más rico. Dios revestido de carne y carne glorificada de amor.

Para Cristo, el yugo del amor fue su cruz, que el Señor nos invita a tomar sobre nosotros como enseña el Eclesiástico. Siendo una palabra sobre la sabiduría, podemos, como san Pablo aplicarla a la cruz, que él ha visto como: “Fuerza de Dios y sabiduría de Dios.”

Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

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