San Vicente Ferrer
Ap 14, 6-7; 1Co 9, 16-19.22-23; Mc 16, 15-18
Queridos hermanos:
Conmemoramos hoy al patrono de la Comunidad valenciana, presbítero dominico valenciano, famoso por sus milagros, que predicó por toda Europa, y al que se da el apelativo de “ángel del Apocalipsis”, por su predicación escatológica que anunciaba el Juicio, llamando a conversión a una sociedad mundana y pecadora: “Vi a otro ángel que volaba por lo alto del cielo y tenía una buena nueva eterna que anunciar a los que están en la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo. Decía con fuerte voz: «Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su Juicio; adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua.”
En la segunda lectura, san Pablo hace una
descripción de la vida infatigable del predicador: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más
bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio! Si lo
hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa.
Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál
es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando
al derecho que me confiere el Evangelio.”
Efectivamente,
siendo libre, de todos me he hecho esclavo para ganar a los más que pueda. Me he hecho débil con los débiles para ganar
a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y
todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo.
El
Evangelio nos muestra la afinidad de la vida de san Vicente con el mandato dado
a la iglesia por el Señor, y en quien se cumplen los numerosos signos
anunciados por Marcos para quienes asuman la predicación, como los discípulos: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena
Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no
crea, se condenará. Estos son los signos que acompañarán a los que crean: en mi
nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en
sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los
enfermos y se pondrán bien.»
También ahora es tiempo de proclamar
este primer juicio de la predicación de la misericordia de Dios, para no
incurrir en la condenación de aquel segundo juicio sin misericordia, en la que
incurrirá quien no haya acogido la misericordia, rechazando la predicación de
la Iglesia. ¡Temed a Dios, pecadores, y dadle gloria, porque llega la
eternidad!
Proclamemos juntos nuestra fe.
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