Sábado 4ª de Pascua
(Hch 13, 44-52; Jn 14, 7-14)
Queridos hermanos:
Cristo, sus obras y sus palabras nos
hacen presente al Padre y su presencia en el Hijo. Por la fe, los discípulos
nos unimos a Cristo y por tanto al Padre, y recibimos la misión de hacerlos
presentes, realizando las obras de Cristo, por las que el Espíritu Santo da
testimonio del Padre, del Hijo, y su obra en nosotros. Lo que los fieles piden
a Cristo, lo realizan el Padre y él, por medio del Espíritu.
Mientras dura la espera de Cristo en
su segunda venida, se nos confía una misión. Las obras de Cristo son señales
que nos conducen a él, y se reproducen en quienes a él se incorporan, por
cuanto han sido unidos a su misión, suscitando la fe, para completar la
edificación del templo espiritual, la asamblea santa, y el pueblo sacerdotal.
Al Padre se le encuentra en Cristo y a
Cristo en los cristianos, en la Iglesia. Nosotros somos llamados a realizar las
obras del Padre que realiza el Hijo, ya que permanecemos unidos a él. Quien
viendo a Jesús reconoce al Hijo, conoce también al Padre, cuyas obras realiza
el Hijo, presente entre nosotros. Los judíos ven las obras de Jesús sin creer
en él, porque no han conocido ni al Padre ni a él. En el caso de Felipe y
tantas veces también en el nuestro, a pesar de verle y escuchar su voz, no
sabemos discernir la Palabra del Padre, de la misma manera que no acertamos a
tocarlo aun cuando nos apretemos a él y lo oprimamos.
Son la fe y el amor, los que dan el
verdadero conocimiento que se diferencia de la simple visión. Sólo cuando
podamos verlo “tal cual es” se unirán en nosotros la visión y el conocimiento.
Retirado el velo en aquel dulce encuentro, seremos, pues, semejantes a él,
según dice la primera epístola de Juan, cuando lo veamos tal cual es.
Que así sea.
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