DOMUND C


Domingo mundial de la propagación de la fe
(Za 8, 20-23; Rm 10, 9-18; Mc 16, 15-20)
Misa por la Evangelización de los pueblos.

Queridos hermanos:

Celebramos hoy el domingo dedicado a conmemorar la evangelización de los pueblos; la misión universal con la que la Iglesia prolonga la de Cristo, que nos hace presente el amor del Padre, porque: “Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo, para que el mundo se salve por él.”
Esta misión salvadora que Cristo ha proclamado con los hechos de su entrega y con las palabras de su predicación, nos ha obtenido el perdón de los pecados y nos ha suscitado la fe que nos justifica y nos alcanza el Espíritu Santo que renueva la faz de la tierra.
Esta misión, Cristo la entregó a sus discípulos para que alcanzara a todos los hombres de generación en generación: “Como el Padre me envió yo os envío a vosotros”; “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda la creación”. La creación, como dice san Pablo “gime hasta el presente y sufre dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios”, que proclamen la victoria de Cristo, para que todo el que crea en él, tenga vida eterna y llegue al conocimiento de la verdad del amor de Dios.
A través del anuncio del Evangelio, Jesucristo ha puesto un cimiento nuevo, sobre el que edificar el verdadero templo, en el que se ofrezca a Dios un culto espiritual que brota de la fe; por ella el Espíritu Santo, derrama en el corazón del creyente el amor de Dios que lo salva y lo lanza a la salvación del mundo entero como hijo de Dios. En efecto, la predicación del Evangelio de Cristo suscita la fe y obtiene el don del Espíritu Santo.
Es urgente por tanto la predicación creída en el corazón y confesada con la boca para alcanzar la salvación como dice san Pablo en la segunda lectura. Pero¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Id pues, y anunciad el Evangelio a toda la creación.”
          No hay, por tanto, belleza comparable a la de los mensajeros del Evangelio, que traen la regeneración de todas las cosas en Cristo: La enfermedad, la muerte, la descomunión entre los hombres y todas las consecuencias del pecado, se desvanecen ante el anuncio. Irrumpe la gracia y el Reino de Dios se propaga. Cristo en sus discípulos se dispersa por toda creación como peregrino; padeciendo hambre, sed, enfermedad, y prisión,  suscitando la fe.
Este es el envío que la Iglesia ha recibido de Cristo y que se perpetúa hasta la Parusía. Esto es lo que hacemos hoy presente en la Eucaristía y a lo que nos unimos comiendo el cuerpo y bebiendo la sangre de Cristo: “Pues cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte del Señor, hasta que vuelva. ¡Maran atha!

          Proclamemos juntos nuestra fe.
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LEER LA VIDA La acequia de Dios va llena de agua

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He querido agrupar estos pequeños escritos sin más conexión entre ellos que una reflexión cristiana actual basada en las Escrituras, que se hace vivencia cotidiana en el cambiante acontecer de una historia, zarandeada por ideologías, intereses, pasiones y esperanzas, amalgamada con los imperativos que la naturaleza mueve interiormente con fuerzas instintivas, que no son regidas por los criterios de la racionalidad.
Con la recopilación de estos pequeños artículos, que han ido jalonando en estos últimos años vivencias personales, quiero presentar distintas inquietudes y tomas de posición, ante la cotidianidad que nos entorna. La luz de la Palabra de Dios que nos viene servida continuadamente por la liturgia, acompaña nuestro itinerario personal y comunitario, proveyendo de sentido y toma de conciencia nuestra vivencia cristiana, en relación a nuestra situación existencial, y como respuesta a la llamada al servicio del bien común trascendente, tanto en el propio entorno como en el de la entera comunidad.
Para amplios sectores de nuestros semejantes, la existencia no pasa de ser un continuado intento de satisfacción inmediata de necesidades perentorias escasamente cubiertas, que sofocan sus capacidades vitales, apagando sus ideales de superación y sometiendo sus ansias de trascendencia propias del espíritu, a la frustración, en busca fundamentalmente de seguridad y estabilidad, a las que sólo engañosamente puede responder la precaria existencia en este mundo que pasa. Que alguien levante una voz en su favor, puede mover voluntades y actitudes, además de plegarias de solidaridad.
A veces, de repente surge la motivación de alguna lectura, alguna noticia, o algún acontecimiento, que viene a interpelar la pasividad que pretende evadirse de su entorno, provocándolo a anotar alguna idea, o a pergeñar algún razonamiento, bajo la guía generalmente inconsciente de aquellos criterios, principios, y discernimiento, propios de lo que con Scheler, y rescatándolo del pensamiento antiguo, podemos denominar como el propio “ordo amoris”. 
La mente va así deslizándose sucesivamente de un tema a otro, conformando discursos con los que “leer la vida”.
Presentamos, pues, algunas reflexiones, en torno a argumentos vitales, trascendentes, o simplemente dignos de meditación, bajo el prisma de la fe, la vida cristiana y la persona misma de Jesucristo, bendito sea, cuyo inagotable conocimiento, a través del contacto cotidiano con las Sagradas Escrituras se va acrecentando en profundidad, como afirmaba San Jerónimo.


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DESINFORMACIÓN


Tiempo de crisis III

Desinformación

          Podemos pensar que el análisis que se hace de la realidad en medios oficiales y en los de comunicación, políticamente correctos, de una superficialidad, de hecho, rayana en la incultura, es simplemente ignorancia, pero a mi entender es además culpa. Un análisis más profundo, simplemente no interesa, a una sociedad que es la promotora última de gran parte de los males que nos aquejan, y prefiere instalarse en la “desinformación” sistemática y culpable, cultivada, por no decir engendrada, por ideologías antisociales, de una siniestralidad de sobra conocida.
          Cómo escandalizarse, por ejemplo, de la plaga de “criminalidad pasional”, que eufemísticamente se ha dado en denominar “violencia de género” o “violencia machista” sin detenerse a profundizar, denigrando sus raíces en el “divorcio”, considerado como uno de los grandes logros por esta sociedad ilustrada, progre y engañosamente demócrata, ahora exacerbado por un “feminismo galopante”, que ha alcanzado ya límites preocupantes, que son, no obstante, silenciados. La unión conyugal del matrimonio es de una exigencia tan formidable, que Dios la ha dotado de auxilios extraordinarios para que se dé, y de la gracia de estado, del Espíritu Santo, para que pueda perdurar. Se comprende perfectamente la escalada de los crímenes pasionales, cuando ya no existe la gracia sacramental que aporta el matrimonio cristiano. Conduciendo a la confusión y al enfrentamiento de los sexos, se fomenta la inestabilidad, la descomposición y en fin la destrucción de la sociedad, minando la cohesión social que aporta la familia, dejando a la sociedad indefensa frente a las perniciosas ideologías emergentes, que la instrumentalizan para sus espurios fines.
          Cómo desentrañar la nefasta lacra actual de la “lujuria”, omnipresente en todos los estamentos, y a todos los niveles, sin criticar las causas que la engendran, con la “erotización” gratuita de la sociedad por los medios de comunicación, y la propaganda, verdaderos promotores de la exaltación de las más bajas pasiones que anidan en la animalidad humana, e inspiradores de la “mentalidad pornográfica” ya imparable en la subcultura actual, supuestamente progresista y emancipada. Si la meta a la que encaminamos nuestra sociedad actual es la “barbarie”, ciertamente estamos progresando velozmente en su consecución.
          Cómo combatir radicalmente la descomposición de esta sociedad, sin cuestionar y contradecir la “relativización de los valores morales” que promueve, y los postulados en que fundamenta las leyes que la fomentan e inspiran. Exhibimos nuestras lacras, sin detenernos con auto crítica, a buscar responsabilidades. En otro aspecto, se relatan las catástrofes naturales, pero nadie se molesta en reflexionar acerca de sus causas y de la indiferencia de quienes deben prevenirlas, evitando la “violación sistemática de la naturaleza”, en nombre de una “ciencia” y un “progreso”, en cuyas raíces hay sólo soberbia y avaricia.
          Nos repugnan las violaciones y los abusos sexuales, pero exaltamos y fomentamos el “erotismo” degenerado y vil; no queremos “corrupción”, pero fomentamos la “avaricia” rindiendo pleitesía a lo económico, como el motor de nuestras instituciones, en pos de un idolatrado “estado de bienestar”.
          Si queremos llamar a las cosas por su nombre, deberemos reconocer la “hipocresía” de nuestra cultura, omnipresente, en los poderes legislativos, en la información, convertida en negocio, y en la política, vendida al poder del voto de las mayorías.
          ¿Quién levanta hoy la voz en favor de una cultura que guíe a los pueblos, rescatándolos de la decadencia moral, en lugar de dejarse arrastrar por las masas abandonadas a su auto descomposición, con la única preocupación de captar su poder electoral en favor de los propios partidos?
          ¿Acaso quedan aún filósofos, de aquellos que postulaba Platón para encomendarles el gobierno de los pueblos?
          Es evidente que la verdad ya no interesa y es mejor negar su existencia emulando al avestruz. Es más conveniente exaltar la tolerancia y la pluralidad que aceptar la justicia, el bien y el mal. Es más lucrativo honrar la democracia que la justicia, la mayoría que la verdad.
          ¿Es suficiente llenar los estómagos y satisfacer las pasiones, o debemos procurar, elevar la dignidad de nuestros semejantes, abandonados a la cadena productiva que estabula sus capacidades en un régimen de engorde, sin otra perspectiva que la de ser llevados al matadero.
          Es más fácil aprobar el “divorcio” que proteger el matrimonio y la familia. Más liberal regular el “aborto”, que promover la fidelidad, la continencia y la castidad. Más democrático hablar de igualdad sexual, que valorar la eficiencia y la capacidad. Es más fácil “empujar”, que “conducir” a las personas como decía alguien.
         Qué decir también del silencio acerca de la lacra de los suicidios, muy superior en número a la de los crímenes pasionales, frente a la que se guarda un silencio culpable, para no tener que reconocer el fracaso de una colectividad, que apoya sus fundamentos sobre la ciénaga de una inmoralidad fulminante.

Disolución de la civilización

          Lo que comenzó como un desprecio ideológico a la verdad, la razón y la justicia, ha ido manifestándose progresivamente con todo descaro y claridad, (debido a la impunidad que le otorgan las instancias internacionales que debían velar por el bien y la concordia de los pueblos), como el más espantoso totalitarismo de la historia, ante el que palidecen los fascismos conocidos hasta ahora, a la cabeza de los cuales el comunismo, en su realización concreta en la disuelta URSS, que durante setenta años de desolación, sometió desde Rusia a media Europa.
          De la mano de un liberalismo salvaje y luciferino que pretende enmascararse travistiéndose (nuevamente en la historia) de la luz de un “conocimiento gnóstico” redivivo en cada generación y camuflado en propuestas falsas y altisonantes, de progresismo, tolerancia y equidad, se esconde realmente, la más burda dictadura ideológica jamás engendrada por la “bestia apocalíptica”, cuya finalidad bimilenaria, no es otra, que la ilusoria tentativa de aniquilar a quien ya la ha vencido, y ante cuyo ataque, “no prevalecerán sus puertas”, que se yerguen como espantajos del “humo” nauseabundo, fragante de cultura, modernidad, orden y progreso, incapaces de disimular su hediondez.
          Se propone de nuevo aquella insurrección atemporal de los espíritus, encarnada ahora en el escenario espacio-temporal de nuestra época soberbia y altanera, que se alza rebelde ante el trono de la Majestad divina, despreciando el escabel de sus pies de nuestra Naturaleza. Abomina coercitivamente el seno amoroso de la vida familiar, imagen humana de la comunión trinitaria, como intento de demolición de la sociedad cristiana, detonando así inconsciente y fatalmente su propia aniquilación, pergeñada desde antiguo por el envidioso enemigo ancestral, y que es actuada ahora por sus idólatras y secuaces adoradores, “constructores” de infamias, subyugados de soberbia, y cegados del orgullo satánico de su encumbrado tirano.
          Valores eternos como la Ley natural y el derecho a la vida, son pisoteados ahora, con el intento furtivo de sustituirlos por “nuevos” y espurios, intuidos ya por León XIII en 1891, y que han ido eclosionando desde antiguo a través de herejías, revoluciones, y cismas.

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