Tiempo de
crisis III
Desinformación
Podemos
pensar que el análisis que se hace de la realidad en medios oficiales y en los
de comunicación, políticamente correctos, de una superficialidad, de hecho, rayana
en la incultura, es simplemente ignorancia, pero a mi entender es además culpa.
Un análisis más profundo, simplemente no interesa, a una sociedad que es la promotora
última de gran parte de los males que nos aquejan, y prefiere instalarse en la “desinformación”
sistemática y culpable, cultivada, por no decir engendrada, por ideologías
antisociales, de una siniestralidad de sobra conocida.
Cómo escandalizarse, por ejemplo, de la
plaga de “criminalidad pasional”, que eufemísticamente se ha dado en denominar
“violencia de género” o “violencia machista” sin detenerse a profundizar,
denigrando sus raíces en el “divorcio”, considerado como uno de los grandes
logros por esta sociedad ilustrada, progre y engañosamente demócrata, ahora
exacerbado por un “feminismo galopante”, que ha alcanzado ya límites preocupantes,
que son, no obstante, silenciados. La unión conyugal del matrimonio es de una
exigencia tan formidable, que Dios la ha dotado de auxilios extraordinarios
para que se dé, y de la gracia de estado, del Espíritu Santo, para que pueda
perdurar. Se comprende perfectamente la escalada de los crímenes pasionales,
cuando ya no existe la gracia sacramental que aporta el matrimonio cristiano.
Conduciendo a la confusión y al enfrentamiento de los sexos, se fomenta la
inestabilidad, la descomposición y en fin la destrucción de la sociedad,
minando la cohesión social que aporta la familia, dejando a la sociedad
indefensa frente a las perniciosas ideologías emergentes, que la
instrumentalizan para sus espurios fines.
Cómo
desentrañar la nefasta lacra actual de la “lujuria”, omnipresente en todos los
estamentos, y a todos los niveles, sin criticar las causas que la engendran,
con la “erotización” gratuita de la sociedad por los medios de comunicación, y
la propaganda, verdaderos promotores de la exaltación de las más bajas pasiones
que anidan en la animalidad humana, e inspiradores de la “mentalidad
pornográfica” ya imparable en la subcultura actual, supuestamente progresista y
emancipada. Si la meta a la que encaminamos nuestra sociedad actual es la “barbarie”,
ciertamente estamos progresando velozmente en su consecución.
Cómo
combatir radicalmente la descomposición de esta sociedad, sin cuestionar y
contradecir la “relativización de los valores morales” que promueve, y los
postulados en que fundamenta las leyes que la fomentan e inspiran. Exhibimos
nuestras lacras, sin detenernos con auto crítica, a buscar responsabilidades. En
otro aspecto, se relatan las catástrofes naturales, pero nadie se molesta en
reflexionar acerca de sus causas y de la indiferencia de quienes deben
prevenirlas, evitando la “violación sistemática de la naturaleza”, en nombre de
una “ciencia” y un “progreso”, en cuyas raíces hay sólo soberbia y avaricia.
Nos
repugnan las violaciones y los abusos sexuales, pero exaltamos y fomentamos el “erotismo”
degenerado y vil; no queremos “corrupción”, pero fomentamos la “avaricia”
rindiendo pleitesía a lo económico, como el motor de nuestras instituciones, en
pos de un idolatrado “estado de bienestar”.
Si
queremos llamar a las cosas por su nombre, deberemos reconocer la “hipocresía”
de nuestra cultura, omnipresente, en los poderes legislativos, en la
información, convertida en negocio, y en la política, vendida al poder del voto
de las mayorías.
¿Quién
levanta hoy la voz en favor de una cultura que guíe a los pueblos,
rescatándolos de la decadencia moral, en lugar de dejarse arrastrar por las
masas abandonadas a su auto descomposición, con la única preocupación de captar
su poder electoral en favor de los propios partidos?
¿Acaso
quedan aún filósofos, de aquellos que postulaba Platón para encomendarles el
gobierno de los pueblos?
Es
evidente que la verdad ya no interesa y es mejor negar su existencia emulando
al avestruz. Es más conveniente exaltar la tolerancia y la pluralidad que
aceptar la justicia, el bien y el mal. Es más lucrativo honrar la democracia
que la justicia, la mayoría que la verdad.
¿Es
suficiente llenar los estómagos y satisfacer las pasiones, o debemos procurar,
elevar la dignidad de nuestros semejantes, abandonados a la cadena productiva
que estabula sus capacidades en un régimen de engorde, sin otra perspectiva que
la de ser llevados al matadero.
Es
más fácil aprobar el “divorcio” que proteger el matrimonio y la familia. Más
liberal regular el “aborto”, que promover la fidelidad, la continencia y la
castidad. Más democrático hablar de igualdad sexual, que valorar la eficiencia
y la capacidad. Es más fácil “empujar”, que “conducir” a las personas como
decía alguien.
Qué
decir también del silencio acerca de la lacra de los suicidios, muy superior en
número a la de los crímenes pasionales, frente a la que se guarda un silencio
culpable, para no tener que reconocer el fracaso de una colectividad, que apoya
sus fundamentos sobre la ciénaga de una inmoralidad fulminante.
Disolución
de la civilización
Lo
que comenzó como un desprecio ideológico a la verdad, la razón y la justicia,
ha ido manifestándose progresivamente con todo descaro y claridad, (debido a la
impunidad que le otorgan las instancias internacionales que debían velar por el
bien y la concordia de los pueblos), como el más espantoso totalitarismo de la
historia, ante el que palidecen los fascismos conocidos hasta ahora, a la
cabeza de los cuales el comunismo, en su realización concreta en la disuelta URSS,
que durante setenta años de desolación, sometió desde Rusia a media Europa.
De
la mano de un liberalismo salvaje y luciferino que pretende enmascararse
travistiéndose (nuevamente en la historia) de la luz de un “conocimiento
gnóstico” redivivo en cada generación y camuflado en propuestas falsas y
altisonantes, de progresismo, tolerancia y equidad, se esconde realmente, la
más burda dictadura ideológica jamás engendrada por la “bestia apocalíptica”,
cuya finalidad bimilenaria, no es otra, que la ilusoria tentativa de aniquilar
a quien ya la ha vencido, y ante cuyo ataque, “no prevalecerán sus puertas”, que se yerguen como espantajos del
“humo” nauseabundo, fragante de cultura, modernidad, orden y progreso,
incapaces de disimular su hediondez.
Se
propone de nuevo aquella insurrección atemporal de los espíritus, encarnada
ahora en el escenario espacio-temporal de nuestra época soberbia y altanera,
que se alza rebelde ante el trono de la Majestad divina, despreciando el
escabel de sus pies de nuestra Naturaleza. Abomina coercitivamente el seno
amoroso de la vida familiar, imagen humana de la comunión trinitaria, como
intento de demolición de la sociedad cristiana, detonando así inconsciente y fatalmente
su propia aniquilación, pergeñada desde antiguo por el envidioso enemigo
ancestral, y que es actuada ahora por sus idólatras y secuaces adoradores,
“constructores” de infamias, subyugados de soberbia, y cegados del orgullo
satánico de su encumbrado tirano.
Valores
eternos como la Ley natural y el derecho a la vida, son pisoteados ahora, con
el intento furtivo de sustituirlos por “nuevos” y espurios, intuidos ya por
León XIII en 1891, y que han ido eclosionando desde antiguo a través de herejías,
revoluciones, y cismas.
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