Santa María Madre de Dios

Santa María Madre de Dios

Nm 6, 22-27; Ga 4, 4-7; Lc 2, 16-21

Queridos hermanos:

En contraposición a la celebración pagana, supersticiosa y en definitiva idolátrica del comienzo mágico de un año nuevo, la iglesia nos invita a comenzar el año, en la continuidad de la celebración del Misterio de nuestra Salvación, contemplando la maternidad concedida a María por el Padre, capacitándola para concebir, gestar, y dar a luz a su Hijo, engendrado por él antes de los siglos, pero encarnado en ella por el Espíritu Santo. Hablar de entrañas de misericordia en Dios, Padre, equivale a afirmar además su maternidad, partiendo del “rehem, rahamîm” hebreo, y que en un solo acto engendra, concibe, gesta y da a luz. Decir Dios Padre misericordioso, es como decir Dios Padre y madre, como afirman los exégetas.

Por esta misericordia el Hijo unigénito de Dios, se hace también hijo de la Virgen y hermano nuestro. A María se le concede la maternidad: que concibe, gesta y da a luz, mientras el Padre se reserva la paternidad que engendra, sembrando la Semilla divina de su Palabra creadora y omnipotente.

En esta fiesta, la Iglesia contempla la expresión de la fe del Concilio de Éfeso (431), que proclamó a María “Madre de Dios”. Si María es madre de Cristo, nuestra cabeza, lo es también de su cuerpo místico, y por tanto: “Madre de la Iglesia”, como la ha llamado el Concilio Vaticano II, y madre de cada uno de sus miembros, y por tanto madre nuestra. Así lo quiso el Señor desde la cruz llevándonos a María para que todo fuera cumplido, y la que fue madre de la cabeza lo fuera también del cuerpo que le fue dado al Hijo, para que se perpetuara sobre la tierra la voluntad del Padre.

Por esta suprema bendición, le agradecemos a Dios todas las demás bendiciones recibidas y las que imploramos de su divina bondad para este año que comienza, convencidos de que si nos ha dado a su Hijo, cómo no nos dará con él todas las cosas (cf. Rm 8, 32). Una vez más, las gracias concedidas a María revierten en nuestro bien. El Señor se hace hijo de María para que nosotros lo seamos de Dios, por adopción, como nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura.

El Espíritu de Dios cubrió a María, para que ella diera a luz al Hijo, revestido de su carne humana. Así la naturaleza que pecó, ha sido purificada del pecado por Cristo, en María. Ella, cual puerta santa permanece cerrada, porque sólo el Señor entró por ella, y salió por ella al mundo (cf. Ez 44, 2-3).

Cristo es circuncidado al octavo día como hemos escuchado en el Evangelio, y resucitó el octavo día, de su bautismo en la cruz, figura y realidad de la Alianza salvadora; la antigua, y la nueva y eterna. Como verdadero hombre y verdadero israelita vino a llevar la ley a su perfección en él y en nosotros, cumpliendo “toda justicia” (cf. Mt 3, 15). Como verdadero Dios, vino a darnos la plenitud de la ley, que es el amor: Su Espíritu Santo en nuestros corazones.

Hoy, como los pastores, somos invitados a glorificar a Dios, y a dar testimonio de todo lo que hemos visto y oído, y el Señor ha tenido a bien manifestarnos: ¡Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres, porque el Señor los ama! Bendito sea Dios por María, que nos ha traído la bendición, la gracia y la misericordia del Señor en su Hijo, Jesucristo, nuestro hermano, nuestra cabeza, y nuestro Dios.

 Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                  www.jesusbayarri.com

 

La Sagrada Familia B

 La Sagrada Familia

Eclo 3, 2-6.12-14; Col 3, 12-21; Lc 2, 22-40 ó Lc 2, 22.39-40.

B Ge 15, 1-6; 21, 1-3; Hb 11, 8.11-12.17-19; Lc 2, 22-40.

Queridos hermanos:

Celebramos la fiesta de La Sagrada Familia, que en el trasfondo de la alegría anunciada por los ángeles, propia de la Navidad, y que lo será para todo el pueblo, destaca la cruz de la misión a la que es llamada en el Hijo.

La Sagrada Familia, que ha sido constituida por Dios, vive en castidad perfecta la unión virginal de María y José, está sujeta incondicionalmente a la voluntad de Dios, llevando a cabo su plan de salvación, haciendo crecer en su seno a Cristo, Palabra y Gracia de Dios, hasta la estatura adulta de su entrega en la cruz para la redención de los hombres, y permanece unida en medio de las dificultades de la vida, muchas y graves, que Dios ha permitido para ella. Dios ha querido realizar en ella un modelo de fe, en cuanto a la entrega fecunda y a la renuncia personal de los esposos en favor del Hijo, que vivirá sujeto a ellos. Modelo, por tanto, de amor esponsal en perfecta castidad, llevado a su plenitud por la presencia en cada uno de ellos del Espíritu Santo, en una vida de “humildad, sencillez y alabanza”.

Dios ha querido que nuestro Redentor fuera verdadero hombre y en consecuencia tuviera una verdadera familia y una historia humana en la que fuera preparada y realizada su misión de salvación. Esto debe cuestionarnos en nuestras expectativas respecto de nuestra familia y de nuestra vida, en la que tantas veces nos escandaliza la aparición de acontecimientos que se nos antojan adversos, precisamente porque no los contemplamos bajo el prisma de la fe, que ilumina su sentido último y trascendente en relación a la llamada de Dios. Si la misión de Cristo implicaba su oblación total, tendremos luz para comprender el sentido del sufrimiento, que lo acompañará siempre y con el que será preparado junto con su familia: “Experta en el sufrir” como la llama un himno litúrgico. 

Si bien, Dios, preserva la misión de su Hijo, no le evita los trabajos y sufrimientos que implica su auténtica redención, por la que se hizo hombre verdadero. “Era necesario que el Cristo padeciera”. Todo lo que implicaba la auténtica encarnación de Cristo, requería que fuera tal su familia. Las gracias necesarias que se le concedieron, no disminuyeron en nada su condición de familia humana. Su santidad, ilumina aquella a la que somos llamados como familia en Cristo.

La santidad de Dios, fue el motivo y la causa de la llamada a la santidad que hizo Dios a su pueblo: “Sed, pues, santos porque yo soy santo.” San Pablo dirá que para eso hemos sido elegidos en Cristo antes de la creación del mundo: “Para ser santos e inmaculados en el amor.” Por eso la santidad no es algo abstracto, sino en relación al amor: Sed santos con los demás como yo soy santo con vosotros.

La palabra nos ilumina la disposición total de la Sagrada Familia a la misión, y sus consecuencias, y por tanto a la voluntad de Dios. Al interno, esto se traduce en relaciones de amor entre sus miembros: cónyuges, padres e hijos, que no se miran a sí mismos, sino al bien del otro, como vemos en las lecturas. José, el menor en dignidad, será cabeza, y Jesús, el mayor, estará sujeto a ellos. San Pablo habla de que el marido es cabeza de la mujer, y vemos que en el Evangelio, Dios dice a José y no a María lo que debe hacer la familia de su Hijo. Mientras su pueblo ignora y persigue a Cristo, será Egipto quien lo acoja y lo guarde de sus enemigos como ocurrió con José en Egipto. Sólo entonces: “De Egipto llamé a mi Hijo”, el nuevo y verdadero Israel.

 “¡Familia en misión, Trinidad en misión!”

                                       (San Juan Pablo II, en 1988).

 Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                           www.jesusbayarri.com

 

Sexto día de la octava de Navidad

Sexto día de la octava de Navidad

1Jn 2, 12-17; Lc 2, 36-40

Queridos hermanos:

          Los padres del Señor, fieles cumplidores de los preceptos de la ley, presentan al niño en el templo, y el Espíritu da testimonio de él reconociéndolo como el Redentor anunciado por los profetas. Hoy a través de una mujer, Ana, como aquellas otras: María, Débora, o Juldá, profetas de las que habla la Escritura.

          Dios, libremente reparte sus dones, pero el discernimiento profético, se apoya en este caso en la sabiduría de una ancianidad, largamente dedicada a la oración y a una casta dedicación al Señor, el esposo definitivo, que desde el cielo, provee a su mantenimiento, mejor que cualquier marido a sus necesidades.

          Como a Simeón, Dios le concede a Ana el discernimiento profético de reconocer a aquel que aman sin conocerlo; sin apariencia ni presencia que se pueda estimar y sin necesidad de los sentidos, que en su misma limitación, sólo ofrecen impedimento a las manifestaciones del Espíritu, a quien nada queda oculto ni lejano, por ser: sutil, penetrante, todovigilante, efluvio del poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente, y que entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas.

          Tocada por el Espíritu, se convierte en testigo, de aquel que le ha sido presentado interiormente: El esperado de las gentes; aquel a quien rendirán tributo las naciones. Cuantos lo hemos conocido por el perdón de nuestros pecados, como dice la primera lectura, podemos experimentar su victoria sobre el mundo, y sobre su dominador: el Maligno, si la palabra del señor permanece en nosotros, porque en ella hemos sido fortalecidos y llamados a permanecer para siempre en su presencia.

          Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

 

 

 

Quinto día de la octava de Navidad

Quinto día de la octava de Navidad

1Jn 2, 3-11; Lc 2, 22-35

Queridos hermanos:

          Contemplamos hoy la Presentación del Señor, en la que Cristo, es “luz de las gentes” según Isaías, refiriéndose al Siervo, o “luz de las naciones”, como lo denomina Simeón. Cristo mismo dirá: “Yo soy la luz del mundo”. El Señor a través de Simeón y Ana, nos presenta a su Hijo como salvador, redentor, luz del mundo, gloria de su pueblo y señal de contradicción; siempre que se menciona a Cristo en las Escrituras, aparece acompañado de la cruz, candelero en el que el Padre, Dios, ha puesto su luz para que alumbre a todos los de la casa, anunciadora de su Misterio de Pascua: muerte y resurrección: “Escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, mas para los llamados, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.”

          Nosotros contemplamos hoy esta luz que entra por primera vez en el Templo, en carne mortal. La tradición lo hacía con las candelas encendidas, pues también nosotros por el espíritu de Cristo somos portadores de luz, y según las palabras del Señor, luz para el mundo. Cristo, entrando en el templo y pagando el rescate de los primogénitos, nos hace también presente la salvación pascual de su pueblo de la esclavitud de Egipto, figura que en él va a tener pleno cumplimiento de alcance total y universal.

          La palabra de Malaquías hace presente otra entrada de Cristo en el templo, en la que habrá sido precedido por su mensajero Juan el Bautista, y él mismo visite su casa, no ya como cualquier judío piadoso, sino como el Señor, cuando terminado el tiempo de higos, tiempo para sentarse junto a la parra y la higuera, sobrevenga el tiempo del juicio, que comenzará por el templo. Entonces, el árbol que no dé fruto será cortado y arrojado al mar; se secará como la higuera, o será arrasado como el templo, por no haber conocido el día de su “visita”. A esto se refiere Simeón cuando dice: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, señal de contradicción”, o como dice Malaquías: “¿Quién podrá soportar el Día de su venida?”

          Nosotros, recordando ahora este acontecimiento profético, celebramos el memorial sacramental de su pleno cumplimiento en la Pascua de Cristo: La muerte ha sido vencida en la Pascua de este cordero inmaculado, y el faraón diabólico ha sido despojado de sus cautivos. Velemos, pues, porque el Señor nos visita con frecuencia en busca del fruto del amor que él mismo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, como luz, que nos ha obtenido con su cruz y su resurrección, y que aceptamos con nuestro amén en la comunión de su cuerpo y su sangre.

          Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

 

Los Santos Inocentes

Los Santos Inocentes

1Jn 1, 5-2, 2; Mt 2, 13-18

Queridos hermanos:

          Lo que manifestará de Jesús el anciano Simeón en la Presentación del Señor en el templo: “Señal de contradicción”, los evangelistas lo destacan de diversas formas continuamente, como esencial en la vida y la misión de Cristo, desde el momento de su concepción virginal en el seno de María, y su nacimiento ignorado en un pesebre, hasta su rechazo y elevación en la cruz.

          A diferencia de los sinópticos, Mateo pinta el nacimiento y la infancia del Salvador y Redentor, con prodigios celestes y proféticos, en el marco de la esperanza de las Escrituras, la expectación del pueblo, y el rechazo del mundo y los poderes de la impiedad, que parafraseando el salmo segundo: se confabulan “contra el Señor y contra su Mesías”.

La serpiente antigua, camaleónica en el devenir de la historia, se travestirá de Faraón, Herodes o Nerón, por citar algunas personificaciones de la perenne persecución de los inocentes, que acompañará siempre la predestinación salvadora del amor divino.

          En medio de las asechanzas de la envidia diabólica, Dios llevará siempre adelante su redención en la historia: Abrahán, José, Moisés, Cristo, testigos de la Verdad de Dios, Amor misericordioso, justo, eterno y fiel.

          San Beda ve en este martirio, el anuncio profético de cuantos darían su sangre por el testimonio de Cristo a través de la historia, de modo que la inocencia y la humildad, se convierten así, en virtudes esenciales que reciben con la gracia del martirio aquellos agraciados para tal honor, preanunciado por el oráculo de Jeremías (31, 15). Al ladrón crucificado con Cristo, bastó su confesión postrera para blanquear su túnica, habiendo acogido la gracia, que como al hijo pródigo, se le concedió de “entrar en sí mismo”, para levantarse de su mortal postración.

          Por su lado, los santos inocentes, incapaces de proclamar su fe con palabras, fueron agraciados por el gemido de su sangre, que como la del justo Abel clamaba al Señor desde la tierra, siendo arrebatados con él al paraíso. A semejanza de aquel de la viuda de Naín, el llanto de la Iglesia, como futura Raquel, por sus futuros hijos, hizo al autor de la vida glorificar a sus pequeños prototestigos.

          Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

San Juan Apóstol

San Juan Apóstol

1Jn 1, 1-4; Jn 20, 1-8

Queridos hermanos:

          El discípulo amado se asoma a la liturgia navideña con el martirio blanco y eterno de su amor, predilecto del amado, cediendo su lugar al testimonio púrpura de Esteban que recordábamos ayer. Apóstol, evangelista y místico teólogo, nos presenta su pureza casta, modelo inolvidable para esta generación tristemente enfangada y descreída, impedida para alzar el vuelo de la contemplación del Señor resucitado. Ver y creer fue su actitud ante la tumba vacía, que confirmaba el testimonio interior que el Espíritu del Hijo daba a su espíritu.

          ¡Es el Señor! Una vez más el amor se adelantaba a la percepción de los sentidos, limitados en su pequeño mundo físico, frente a los horizontes infinitos del espíritu abiertos para él.

          Hijo del trueno por su celo, águila por su elevación de miras y de vuelos; contemplativo privilegiado de la gloria y la agonía de Cristo, recibió la gracia de acoger a María Virgen junto a la cruz de su hijo, y hoy, es considerado apóstol del Asia Menor y mártir invicto.

Pescador de hombres por designación profética divina, recibió del Señor la promesa de sentarse a juzgar a las doce tribus de Israel, él, que suplicó sentarse junto a Cristo en su reino, y fue revestido de paciencia para permanecer aquí hasta el retorno del Señor, si tal hubiera sido la voluntad de su maestro.

¡Gloria al discípulo amado!

Que así sea.

                                       www.jesusbayarri.com

 

 

 

 

San Esteban

San Esteban

Hch 6, 8-10; 7, 54-59; Mt 10, 17-22.

Queridos hermanos:

          El protomártir Esteban viene a poner de manifiesto no sólo la negación real de los discípulos en aquel ambiente del rechazo de Cristo, sino su condición esencial frente al mundo, siempre en constante oposición a su misión: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel. “Señal de contradicción”. Esa es la esencia de la condición del cristiano y deberá serlo en cada generación, según la visión profética del Señor: Si a mí me han perseguido, a vosotros os perseguirán. Yo al elegiros os he sacado del mundo. Si el mundo os odia sabed que a mí me ha odiado primero, porque no han conocido ni al Padre ni a mí.

          Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, y mi espíritu hablará por vosotros, dándoos una sabiduría a la que no podrá contradecir ningún adversario vuestro; también hablaré ante el Padre en defensa vuestra, mostrándole mis llagas gloriosas que os purifican de todo pecado y de todo mal; os fortaleceré para que podáis perseverar hasta el fin, en el testimonio que se os asignará para salvación del mundo y que os salva a vosotros desde ahora: Veréis el cielo abierto y al Hijo del hombre en pie a la derecha del Padre.

          Es de destacar que Lucas le dedique dos capítulos a este discípulo “lleno de fe y de Espíritu Santo”, elegido de entre el grupo de los diáconos para ejercer la caridad y al que se le concede además la mayor de todas las gracias: testificar con su sangre a Nuestro Señor Jesús en medio de las turbulencias entre hebreos y helenistas. Caridad y anuncio son inseparables y se corresponden mutuamente: Cristo es el cumplimiento de las profecías, al que tienden todas las Escrituras y la misma historia de la salvación humana. Recibe el Espíritu del Señor y junto a su sangre, ofrece a Dios el perdón de sus enemigos, como digno discípulo del Señor crucificado por él.

          Así se propagará su testimonio precioso por el mundo griego y llegará hasta nosotros, que lo recibimos unido a la emoción navideña del “Niño” recostado en un pesebre: Pajas y maderos que envuelven glorias y amores eternos. Como dijo Tertuliano: «Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla» (Apologético, 50,13). Con Esteban hacemos presente al Señor que nos acompaña siempre con su cruz, levantada y gloriosa desde la cuna hasta el sepulcro.

          Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

Navidad

La Natividad del Señor

Misa vespertina: Is 62, 1-5; Hch 13, 16-17. 22-25; Mt 1, 1-25

Misa de Medianoche: Is 9, 1-6; Tt 2, 11-14; Lc 2, 1-14.

Misa de la Aurora: Is 62, 11-12; Tt 3, 4-7; Lc 2, 15-20.

Misa del Día: Is 52, 7-10; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18.

Queridos hermanos:

          Gran misterio el de esta fiesta, en la que el Hijo de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, venido del cielo al seno de la Virgen María, se dignó nacer entre nosotros. La salvación se hace luminosa en la conmemoración de su Nacimiento, como es esplendorosa en la Pascua, que celebramos; disipadas las tinieblas y las sombras de la muerte, brilla la luz de Dios en Belén, la “casa del pan” y se manifiesta como vino nuevo en Caná. Pan y vino, Pascua y bodas, Dios y hombre verdadero: “pan vivo bajado del cielo (Jn 6, 41)”.

          El Señor se desposa con su pueblo, que será la humanidad entera que él asumirá en un cuerpo mortal: “me has dado un cuerpo para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10, 5-7). Ya el pesebre anuncia simbólicamente el Misterio de Pascua del Señor en que la humanidad asumida deberá ser redimida entrando en la muerte de cruz. El gozo del amor tendrá que pasar por la angustia mortal; será un paso, una pascua a la victoria definitiva, en la que Jerusalén recibirá su nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor, anunciando su triunfo definitivo: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”

          La elección de la que habla el libro de los Hechos y su plenitud en el reino de David, se cumplen en Cristo, definitivamente rey como atestigua el Evangelio. El llamado “Hijo de David”, será el “Dios con nosotros”, Jesús, que salvará a su pueblo de sus pecados. Dios, rey, salvador y Redentor, un niño nos ha nacido, el Hijo, se nos ha dado.

          Con la venida de Cristo, el hombre ha visto a Dios, trayendo la vida nueva, para establecerlo en su nueva dignidad de hijo de Dios, e introducirlo en la vida eterna, liberando a la humanidad de la vieja esclavitud del pecado y de la muerte.

          La Navidad está, pues, unida inseparablemente al misterio pascual de la muerte y de la resurrección de Cristo, misterio de la salvación humana. No es sólo un gozoso recuerdo de la venida de Cristo que trae la paz y la fraternidad entre los hombres; la Iglesia ve esta fiesta en relación estrecha con su futura muerte y resurrección, y a Jesús recostado en el pesebre se le aclama ya en la liturgia como el Redentor.

          Celebrar la Pascua en Navidad, significa expresar con la vida, la nueva realidad de asemejarse al Hijo de Dios, de abrirse a la acción de la gracia, de buscar las cosas de arriba, y de crecer en el amor fraterno. Alabamos a Dios, porque en estos tiempos que son los últimos, nos ha hablado por medio de su Hijo, asumiendo las fatigas de una vida nueva.

          (Cf. I Padri Vivi, en la fiesta de Navidad. Ed. Citta Nuova pp. 35 y 36.)

          Como el emperador Cesar Augusto mandó a sus mensajeros anunciando el censo, así el verdadero Emperador manda a los suyos a realizar el padrón de la fe y su registro en el libro de la vida. Cuando un ángel anunció a los pastores la Buena Nueva, se le unieron multitud de ángeles diciendo: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres, porque el Señor los ama”. Así es también la alegría celeste cuando un discípulo la anuncia a sus hermanos.

                    (Cf. Anónimo del siglo IX. Hom. 2, 1-4. I Padri Vivi pp. 40 y 41.)

          Si Cristo, engendrado por el Espíritu Santo, concebido en el seno de María por la acogida de la palabra del Señor, fue dado a luz, nació de la Virgen y realizó su obra de salvación, también nosotros podemos concebir a Cristo, engendrado en nosotros por el Espíritu Santo, mediante la fe y gestarlo en la fidelidad, de forma que nazca de nosotros, siendo visible a través de las obras de su amor, que el Espíritu Santo derrama en el corazón de todo el que cree.

          Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                                     www.jesusbayarri.com

 

 

Domingo 4ºde Adviento B

 

Domingo 4º de Adviento B 

(2S 7, 1-5.8-12.14-16; Rm 16, 25-27; Lc 1, 26-38)

Queridos hermanos:

Celebramos el último domingo de Adviento y la liturgia nos presenta la fidelidad de Dios a sus promesas de salvación, y a Jesús como el salvador que viene a perdonar los pecados y a destruir la muerte. Viene a revelar el misterio escondido desde antiguo como decía la segunda lectura: La llamada universal a su Reino eterno prometido a David.

Todas las promesas apuntan a Cristo como el elegido para nuestra salvación, asumiendo la virulencia del mal para destruirlo. En él, Dios se ha elegido un rey y un linaje para siempre; una casa que no será destruida, y que hará sucumbir a las puertas del infierno.

El plan de Dios para salvar al mundo está en acto. Se ha cumplido el tiempo: el mensajero celestial anuncia las primicias del Evangelio, la Virgen acoge el anuncio de la Buena Nueva, y el salvador es engendrado en su seno por obra del Espíritu Santo.

La salvación revelada a los profetas, es ahora anunciada por el arcángel Gabriel a María, que acepta la voluntad de Dios y concibe a Cristo. La justicia nos mira desde el cielo y la misericordia brota de la tierra. La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios.

Contemplemos hoy a María concebir por la fe y acoger en la esperanza al que es la Caridad misma de Dios: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti; el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios”. Esta buena noticia se cumple en todo el que cree.

También nosotros somos evangelizados con María. Cristo debe ser concebido por nosotros por la fe y dado a luz mediante las obras del amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. La salvación está cercana, y hay que disponerse a acogerla reconociendo el amor de Dios para con nosotros, y la fuerza de su poder, porque no hay nada imposible para Él.

La Buena Noticia se sigue proclamando y busca quien la acoja y la encarne, de forma que la salvación de Cristo alcance en cada generación a quienes crean en la Palabra creadora del mundo y redentora de la humanidad.

La respuesta natural a esta palabra es la alegría del corazón, oprimido por el mal. El enemigo ha sido vencido por misericordia de Dios, y comienza nuestra liberación.

La Eucaristía viene a buscarnos para unirnos al Salvador haciéndonos un solo espíritu con él.

            Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                           www.jesusbayarri.com

Séptima feria mayor de Adviento Oh Emmanuel

Séptima feria mayor de Adviento “Oh Emmanuel”

(Ml 3, 1-4.23-24; Lc 1, 57-66)

Queridos hermanos:

Ante la inminencia de la Navidad de Cristo, contemplamos hoy el nacimiento de su precursor que recibe su nombre y su misión: Juan, “Dios es favorable”, abre un tiempo de gracia y conversión, para esperar el “año de gracia” que inaugurará el Mesías.

Expectación, miedo y estupor del pueblo, por la proximidad de Dios a la indignidad del hombre, ofuscado por lo numinoso, como en el caso de Pedro ante la pesca milagrosa: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.” Al mismo tiempo, todo queda envuelto en un clima de gozo, propio de la presencia del Espíritu que se cierne sobre las tinieblas del mundo que se apresta a recibir la luz.

Se palpa el poder creador de Dios, y el calor de su misericordia relativiza las negatividades humanas, ante la fuga de las vanas potestades del mal. Satanás se tambalea en su pedestal, pronto a precipitarse como un rayo de su usurpada altura, con el resonar de la Buena Nueva.

El Señor está cerca; huyan las tinieblas y las sombras que brilla la luz de Cristo. Que exulten el desierto y la montaña de Judea elegidos por Dios para manifestarse, se regocije el Jordán y cante Jerusalén; que se engalane para las bodas la Hija de Sión.

Ven Señor y arrástranos tras de ti; compadécete de nuestra tristeza y soledad infinitas; se tú nuestro consuelo en este destierro y aflicción mortales.

           Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

 

Sexta feria mayor de Adviento Oh Rey de las naciones

Sexta feria mayor de Adviento “Oh Rey de las naciones”

 (1S 1, 24-28; Lc 1, 46-56)

Queridos hermanos:

La palabra de hoy nos presenta las acciones de gracias de Ana y de María, madres por la gracia de Dios, que escucha la oración y se fija en la humildad para ser fiel a su promesa. Dios no defrauda y nos invita a confiar en él y a no dudar de su poder, pues también nosotros hemos sido evangelizados con la promesa de un fruto que saldrá de nuestros corazones y que será obra de Dios.

Con la elección de Samuel, el hijo de Ana, como profeta, comienza el anuncio de un nuevo sacerdocio, pero será con Cristo el hijo de María, con quien Dios se prepara el sumo y eterno sacerdocio, que intercederá eficaz y perfectamente por toda la humanidad,  

Dios sigue dando a su Iglesia mediante su elección gratuita nuevos servidores como Samuel, el hijo de Ana, y nos propone su total entrega y dedicación, figura de las de Cristo, el hijo de María, a cuya misión hemos sido llamados y estamos siendo incorporados.

Exultemos, pues, con estas dos bienaventuradas madres en el Señor, que a través de nuestra madre la Iglesia, nos da a Cristo en la Eucaristía, y unámonos a su acción de gracias, nosotros que hemos sido llamados a su servicio, gratuitamente, desde la bajeza de nuestros pecados, y nos ha colmado de sus gracias.

Que la Eucaristía nos una cada vez más firmemente a Cristo en su seguimiento y en la entrega a nuestros hermanos.

Que así sea.

                                       www.jesusbayarri.com

Quinta feria mayor de Adviento Oh Sol.

Quinta feria mayor de Adviento “Oh Sol”

(Ct 2, 8-14; So 3, 14-18; Lc 1, 39-45)

Queridos hermanos:

          La palabra de este día está envuelta en manifestaciones celestes de ángeles y del Espíritu Santo, como corresponde al misterio de los hijos que guardan sus madres al encontrarse. Unidos en la estirpe y en la gracia. El mayor entre los nacidos de mujer y el Primogénito de toda la creación. La voz y la Palabra. El Amor y la Esposa se encuentran y el poder y la fecundidad de Dios hace fructificar a la virgen y a la estéril en medio del gozo y la exultación.

          “María se puso en camino y se fue con prontitud”. María es movida por el Espíritu hacia Isabel, porque Cristo va al encuentro de Juan. El gozo de María es el de Cristo que vive en ella, Juan lo percibe junto con Isabel y hace exultar y profetizar a la madre, quedando ambos llenos del Espíritu: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” El Espíritu Santo por boca de Isabel, exalta la fe de María en las promesas que le han sido comunicadas de parte de Dios. La fe de la Iglesia es la de María, y la que se nos ofrece hoy a nosotros juntamente con la promesa del Espíritu, que dará fecundidad al desierto de nuestra vida.

          Dios se fija en la humildad de María, a la que ha santificado desde su concepción: “el Señor no renuncia jamás a su misericordia, no deja que sus palabras se pierdan, ni que se borre la descendencia de su elegido, ni que desaparezca el linaje de quien le ha amado” (Eclo 47, 22).

          María se apoyó en Dios en su pequeñez, y nosotros debemos hacerlo en nuestra debilidad, para poder alcanzar la dicha de ella por nuestra fe, pues también a nosotros nos ha sido anunciada la salvación en Cristo.

          Juan ha sido lleno del Espíritu y de gozo con la cercanía de Cristo. Nosotros en la Eucaristía somos llamados no sólo a su cercanía, sino a hacernos un espíritu con él, de manera que el “Dios con nosotros” llegue a ser Dios en nosotros. Recibámoslo con fe y que su gozo llene nuestro corazón y le bendiga nuestra boca.

          Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

 

Cuarta feria mayor de Adviento. Oh llave de David

Cuarta feria mayor de Adviento “Oh llave de David”

(Is 7, 10-14; Lc 1, 26-38)

Queridos hermanos:

Hoy, la Buena Noticia del “Dios con nosotros” concebido por la Virgen, que pone fin a la consecuencia del pecado, toma nombres concretos en Gabriel, María, y Jesús: El que está delante de Dios, presenta lo que ha contemplado, a la virgen María: La llena de gracia, y llamada a ser madre del Hijo del Altísimo, porque ha hallado favor ante Dios. Jesús será grande, será santo y se le llamará Hijo de Dios. Se cumplen las promesas hechas a David y nosotros somos evangelizados con María, porque “todo es posible para Dios”: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios».

Esta palabra nos presenta la fidelidad de Dios a sus promesas de salvación, y a Jesús, como el salvador que viene a perdonar los pecados y a destruir la muerte. Viene a revelar el misterio escondido desde antiguo como dice la Carta a los Romanos (16, 25): La llamada universal al reino eterno prometido a David.

Todas las promesas apuntan a Cristo como el elegido para nuestra salvación, asumiendo la virulencia del mal para destruirlo. El plan de Dios para salvar al mundo está en acto. La salvación revelada a los profetas, es ahora anunciada por el arcángel Gabriel a María, que acepta la voluntad de Dios y concibe a Cristo.       

Estas palabras nos llenan de esperanza, porque también a nosotros se nos ha hecho esta promesa de ver nacer de nosotros a Cristo, venciendo la esterilidad de nuestra impotencia. También nosotros recibimos sobreabundantemente la gracia del Señor, con la que quiere llenar nuestro corazón. ¡Alégrate, por tanto, y salta de gozo tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!

¿Qué es más difícil: que la Virgen sea concebida sin pecado, o que a nosotros se nos borren los pecados por la fe, para que recibamos el Espíritu Santo como María, que geste y de a luz de nosotros un hombre nuevo incorporado a Cristo, con la vida de Dios en nosotros?: “El que escucha la palabra de Dios y la guarda, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.”

También nosotros somos evangelizados con María. Cristo puede ser concebido en nosotros por la fe, y dado a luz mediante las obras del amor de Dios, que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos da. La salvación está cercana y hay que disponerse a acogerla reconociendo el amor de Dios para con nosotros, y la fuerza de su poder, porque no hay nada imposible para Él.

La Gracia engendrada por haber acogido el anuncio del ángel, envuelve por completo a María, para ser dada a luz, en un mundo sumergido en tinieblas y sombras de muerte, y guiarlo por el camino de la Paz. “Dichosa eres tú, María, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”

Hoy la liturgia de vísperas, llama a Cristo “Llave de David” que abre las puertas del Reino eterno a través de su carne: “El que come mi carne tiene vida eterna.

             Que así sea.

                                                           www.jeusbayarri.com

 

Tercera feria mayor de Adviento "Oh Raiz de Jesé"

 

Tercera feria mayor de Adviento. “Oh Raíz de Jesé” 

(Jc 13, 2-7.24-25; Lc 1, 5-25)

Queridos hermanos:

En esta tercera feria mayor del Adviento, la palabra nos hace reflexionar sobre la iniciativa, la elección y el poder de Dios para salvar, sin detenernos a considerar la acción misma de salvación. “Dios es favorable”, y ese será el nombre de Juan, llamado a encarnar el kairós por excelencia de la historia. Será el mensajero del “Año de gracia del Señor”. Hijo de Zacarías (Recuerdo del Señor) y de Isabel (Descanso). Hijo de padres justos, y él mismo, lleno de Espíritu Santo ya desde el seno materno.

Como signo de que va a sacar vida de la muerte, Dios, elige a través de la historia a mujeres estériles incapaces de dar vida, que nos hacen presente su intervención; que Él es la vida y para él no hay nada imposible. La Escritura está llena de estériles fecundas: Sara, Rebeca, Raquel, la madre de Sansón, Ana e Isabel, nos muestran su elección por parte de Dios. El fruto de sus entrañas será sólo obra del poder de Dios, cuyo designio es comunicado generalmente por el anuncio del enviado, que deberá ser acogido por la fe: “concebirás y darás a luz un hijo.” En el caso de María, su infecundidad será fruto de su virginidad y no de defecto físico alguno, inaceptable en la maternidad del sumo bien, bondad y belleza en Cristo.

Es sorprendente la “incredulidad” de Zacarías de quien la Escritura afirma su justicia y el caminar sin tacha ante Dios. También en el Evangelio vemos a los apóstoles dudar aun viendo a Cristo resucitado. San Lucas dice: “a causa de la alegría” (Lc 24, 41). El problema en Zacarías puede ser el de mirarse a sí mismo frente a la magnitud del acontecimiento, y sorprenderse de la gratuidad y la magnanimidad de Dios para elegir a alguien tan insignificante, hasta el punto de hacerle dudar. Sería una incredulidad motivada por considerar su indignidad, y no una duda del poder de Dios. De cualquier forma lo que si podemos deducir del acontecimiento, es que aun en gracias tan grandes, Dios respeta nuestra libertad sin imponerse ni condicionar nuestra razón de forma absoluta.

          Dios elige desde el seno materno y aun antes, y provee lo necesario para la realización de su plan, sin someterse a criterios humanos de valor; nos conoce desde antes de ser formados en las entrañas, y arrastra con la fuerza de su Espíritu a sus elegidos para la misión. Juan, hará posible la reconciliación entre padres e hijos, para que dejando toda rebeldía, adquieran la prudencia de los justos a la espera del Señor.

La salvación de Dios deberá ser acogida por la fe, por lo que es necesario un corazón bien dispuesto por la conversión. A eso va encaminada toda la predicación de Juan, y ahora de la Iglesia, a través de la liturgia, sirviéndonos la Palabra, y la exhortación que nos disponga a la acogida del Señor como centro de nuestra vida.

Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

Segunda feria mayor de Adviento, Oh Adonai

 

Segunda feria mayor de Adviento “Oh Adonai"

(Jer 23, 5-8; Mt 1, 18-24)

Queridos hermanos:

          Hoy la palabra sigue presentándonos a Jesús, que no sólo es hombre verdadero, sino además, que su humanidad fue engendrada en el seno de la Virgen María, como lo fue su divinidad en el seno del Padre. Verdadero hijo de Dios en sus dos naturalezas y verdadero hijo de María, engendrado en ella por Dios. En orden a nosotros, Cristo se nos presenta hoy como Emmanuel y Jesús; prójimo y salvador nuestro. Dios cercano y misericordioso.

Toda paternidad procede de Dios de quien toma origen toda vida, y es Él, quien la participa a los hombres para el cumplimiento de una misión. La paternidad biológica no agota el concepto de la paternidad, ni puede arrogarse la exclusividad en su significado. En la misión de reconocer, dar nombre, nutrir, educar, y proteger a los hijos, la paternidad biológica, debe ser completada para ser realmente tal.

San José es investido por Dios como padre “legítimo” de Cristo, en todo salvo en su generación, que le fue revelada a través del anuncio del ángel, e imponiendo su nombre a Cristo, proveyendo a lo necesario para su maduración humana, educándolo en la fe y en el conocimiento del Padre y de las Escrituras, y rodeándolo de los cuidados necesarios, ha ejercido realmente la paternidad que le fue confiada. Una vez concluida su misión, el niño Jesús da muestras, de que su iniciación en la fe ha sido completada, y José desaparece definitivamente de la Escritura: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa (en las cosas) de mi Padre?» Jesús ha reconocido al Padre y no necesita ya de José.

Pero antes de que le fuera confirmada su misión, José tuvo que pasar la prueba de la fe como Abrahán, y como Cristo mismo, ante la cruz. José tiene su porción de Moria y su Getsemaní de angustia, ante un acontecimiento que no puede resolver razonablemente, pero ante el que debe decidir; sólo entonces, Dios abrirá para él “el mar” y proveerá “el cordero”: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» 

A nosotros también se nos confía por la fe en Cristo, una maternidad, una fraternidad y en cierto sentido también una paternidad que ejercer en bien de aquellos que nos son encomendados. También tendremos la prueba purificadora de la fe ante la misión, porque: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.» «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»

Tanto la maternidad de María como la paternidad de José, dependen de la acogida de una palabra vocacional del Señor. Así también en nosotros, como dice Jesús en el Evangelio: “El que escucha la palabra de Dios y la cumple, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.

             Así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

 

 

Domingo 3º de Adviento B "Gaudete"

Domingo 3º de Adviento B ¡Gaudete! (¡Regocijaos!)

(2023: “Oh Sabiduría”)

(Is 61, 1-2. 10-11; 1Ts 5, 16-24; Jn 1, 6-8. 19-28)

Queridos hermanos:

          En este 2023, el tercer domingo de Adviento, “Gaudete”, coincide con la primera de las “ferias mayores” de Adviento: “Oh Sabiduría”, en las que la liturgia centra ya su mirada en el misterio del nacimiento de Cristo, dándoles a las antífonas de vísperas, nombres proféticos del Mesías que figuran en las Escrituras.

  Domingo de “regocijo” en medio de la vigilante espera de la venida gloriosa del Señor y de su humilde presencia en carne mortal para nuestra salvación. El Señor se encuentra ya entre nosotros y su manifestación se hace inminente, acrecentando el gozo por la salvación ya próxima. El profeta Isaías movido por el Espíritu, nos anuncia en la primera lectura el “año de gracia del Señor” cuyo cumplimiento proclamará Cristo en la sinagoga de Nazaret.

  Se escucha “la voz” que lo anuncia, y que debe dar paso a la Palabra, como la aurora cede su claridad en favor de la luz y el calor del sol, plenitud de su resplandor y perfección de su verdad; así la “justicia” debe dar paso a la Santidad, la “ley” a la Gracia, y el “mensajero” a su Señor.

El Señor se hace presente ocultamente para manifestarse después; el “hijo del carpintero” se revelará “Cordero de Dios”; el niño envuelto en pañales, recostado en un pesebre, será reconocido como el Salvador, el Mesías, y el Señor, manifestado al mundo con su resurrección.

Crecen la espera, el gozo y la “alegría”, y la atención se aviva ante el deseo de encontrar al Esperado de todos los tiempos y al Deseado de todos los corazones. Se acerca el Esposo, y las entrañas de la esposa destilar mirra fluida al escuchar su voz. Hay que agudizar el discernimiento y eliminar toda mancha: ¡vigilancia y calma!  

La voz del Juan Bautista sigue clamando “preparad el camino del Señor”. Debe ser removido todo obstáculo del corazón ante su llegada, para que las murallas de nuestra libertad dejen el paso franco, abriendo al Señor las puertas de nuestra  voluntad, a la conversión. El velo de nuestros ojos será removido, se abrirán nuestros oídos, y nuestro corazón se conmoverá para acoger la salvación. Seremos luz en el Señor, pequeños, nacidos de la gracia, y acogidos en el Reino de los Cielos.

San Pablo nos invita a la oración constante y a la apertura a la acción del Espíritu que se nos da en la Eucaristía.

        Proclamemos juntos nuestra fe.                                                                                                                                                                          www.jesusbayarri.com

Sábado 2º de Adviento

Sábado 2º Adviento

Eclo 48, 1-4.9-11; Mt 17, 10-13

Queridos hermanos:

Ante la inminencia de la venida del Señor, acontecimiento trascendental para la historia de la humanidad, el Señor ha ido preparando a su pueblo por medio de profetas, que le anuncian la llegada de un precursor poderoso en obras y palabras, como lo fue Elías, y que preparará los corazones de los padres y de los hijos para acoger el Reino de Dios que se acerca, abriéndoles sus ojos, destapándoles sus oídos, y ablandándoles su corazón, mediante la conversión que les traerá la salud.

Rechazar a este profeta, portador de la gracia de la conversión para el pueblo, frustrará el plan de Dios sobre ellos, impidiéndoles acoger al Señor (Lc 7, 30): Mirarán y no verán, oirán y no escucharán, no se convertirán, y no serán salvados.

Así lo anunciaron los profetas diciendo que la venida del Mesías sería día de tinieblas y oscuridad (Jl 2, 2; So 1, 15) y purificación de la paja por el fuego. Esperanza para ciegos y cojos, para publicanos y pecadores, pero para los que creen ver: ceguera y oscuridad. No reconociendo en Juan Bautista el espíritu y el poder de Elías, tampoco reconocieron en Cristo el espíritu y el poder de Dios. Lo mismo que fue rechazado Juan, lo será Cristo.

Si los profetas son rechazados, cuánto más las palabras del Señor. Un signo de la acogida de la predicación del Evangelio, es la acogida de quienes lo anuncian. Cristo envía a los discípulos de dos en dos, a asumir en su cuerpo, la acogida y el rechazo de la paz, del Reino que anuncian proclamándolo cercano: “Quien a vosotros os recibe, me recibe a mí, quien a vosotros os rechaza, me rechaza a mí, y a aquel que me ha enviado”. Por eso cuando digan las naciones: ¿cuándo te acogimos o te rechazamos?, dirá el Señor: “Cuando lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños.”

Que así sea.

 

                                                 www.jesusbayarri,com

Viernes 2º de Adviento

Viernes 2º de Adviento

(Is 48, 17-19; Mt 11, 16-19)

Queridos hermanos:

          Indiferencia, apatía, desdén y tibieza, son reflejos de la muerte cercanos a la necedad, y contrarios al Espíritu, que es vida, prontitud, buen ánimo y alegría. Todo ello en medio del combate contra la debilidad e impotencia de la carne y contra la fuerza del mal, aliándonos con el poder de Dios. La inmadurez en el amor, sólo puede producir en nosotros la ruina. Dice san Pablo: Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran. La vida adulta participa de ambas realidades, de las que el inmaduro se sustrae por su carencia de amor, viviendo la vida a un nivel instintivo y sentimental.

          Dios nos ama y nos ha creado para que vivamos en su amor colmándonos con sus bienes y dándonos sus mandatos para nuestra felicidad, pero apartándonos de él, nos han sobrevenido todos los males que nos aquejan.

          Cristo ha venido a rescatarnos de la maldición de nuestro extravío manifestándonos su amor, pero tenemos el peligro de la indiferencia, sea para acoger la llamada a la conversión, sea para entrar en el gozo de la misericordia, como aquella generación incrédula y perversa que se contentaba con la seguridad de su pretendida justicia, por el hecho de pertenecer a la raza de Abrahán, cobijando su impiedad a la sombra del templo, pero sin penetrar en él con todo su corazón.  

          El Señor se duele de semejante desdén, semejante al de aquella generación inmadura, caprichosa e insoportable, incapaz de escuchar para alegrarse por la bondad de Dios, ni de entristecerse por sus pecados, prefiriendo la mediocridad egoísta de una vida carnal. Necesitamos discernir que fuera del camino del Señor, aferrándonos a la mediocridad de la carne, sólo podemos encontrarnos con las tinieblas perdurables, al dejar de lado a Dios, y a su infinita grandeza y su bondad.

          En lo tocante a la fe, a la esperanza y al amor, y por tanto a la salvación, no hay nada más nefasto que la apatía y la tibieza: “Ojalá fueras frio o caliente, pero como eres tibio, voy a vomitarte de mi boca.”

        ¿Qué más he podido hacer por ti que no haya hecho? ¿En qué te he molestado? Respóndeme. Yo te saqué del país de Egipto, te rescaté de la esclavitud (cf. Mi 6,3). Eso nos dirá el Señor y quedaremos avergonzados por nuestra necedad y perversión.

          Acojamos pues su gracia, ahora que es tiempo de misericordia. Busquemos su rostro, porque es grande en perdonar a quienes de todo corazón se vuelven a él.

           Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

Jueves 2º de Adviento

Jueves 2º de Adviento

(Is 41, 13-20; Mt 11, 11-15)

Queridos hermanos:

          La verdadera grandeza del hombre viene del Señor. Sólo los que se unen a él llegan a ser verdaderamente grandes. Los orgullosos pretenden ser autosuficientes, y no pasan de necios. ¡Ay del grande a sus propios ojos! En el Reino, la unión con el Señor es superior a cualquier otra, porque se recibe la filiación adoptiva que nos alcanza la redención de Cristo. Juan, el más grande entre los nacidos de mujer, recibió el Espíritu desde el seno materno, pero tuvo que esperar a la resurrección de Cristo, para que se abrieran ante él las puertas del Reino y alcanzar con Abrahán, Isaac, Jacob y todos los justos, el Paraíso.

          Toda la alabanza que hace Cristo de Juan, pone de manifiesto la grandeza del don de Dios que se nos ofrece en él, por el que somos invitados al Reino de Dios. Ni los justos ni los profetas ni los reyes, pudieron imaginar la gracia de la filiación adoptiva que se nos da por la fe en Cristo. Esta misma grandeza indica también la responsabilidad que supone el despreciar el don que se nos ofrece.

          Pero la entrada en el Reino, que irrumpe con Cristo, pide al hombre el negar su carne, contrarrestar la fuerza de la concupiscencia y acoger humildemente el don de Dios, ya que las solas fuerzas del hombre son insuficientes para arrebatarlo, y somos llamados a una lucha que no es sólo contra la carne ni la sangre. Esta es la violencia que sufre el Reino y por la que el hombre se violenta a sí mismo. “Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo”.

          Con el Señor viene el Reino en la Eucaristía y somos invitados a arrebatarlo. “El Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan”. Al hombre le fue arrebatado el Reino, con engaño, por el diablo, y recuperarlo exige la violencia del combate. Para él, somos revestidos de fortaleza por el Espíritu. Una vez cumplidas las profecías en Cristo, el Espíritu hace profetizar a los fieles, en espera de su segunda venida, hasta el final de los tiempos. Juan anunció el cumplimiento de su venida, y ahora el Espíritu profetiza su regreso.

          Aquel cuyos oídos hayan sido abiertos por la fe en Jesucristo, (cf. Is 6, 9-10) escuchará y comprenderá estas cosas, se convertirá y será salvado.

          Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com