Miércoles 4º de Pascua

Miércoles 4º de Pascua

(Hch 12, 24-13,5ª; Jn 12, 44-50)

Queridos hermanos:

          Decían los latinos “Bonum diffusivum sui”: El Bien, de suyo, es difusivo. Dios es amor y este amor, por naturaleza, quiere ser  compartido, y en esta caridad omnipotente, concibe y crea al hombre, haciéndolo capaz de amar y por tanto libre, y responsable de su libertad. Cuando el hombre se separa del amor de Dios por el pecado, se sumerge en las tinieblas de la muerte, porque sólo en Dios hay vida, pero la luz del amor de Dios no puede ser extinguida por las tinieblas del pecado, ni la vida aniquilada por su causa, y venciendo su maligna inconsistencia, el Amor se abre camino como Luz. Dios envía al Hijo a buscar al hombre; El Hijo perpetúa su obra en sus discípulos, y por el Espíritu, mantiene y perfecciona a la Iglesia en su misión: “Como el Padre me envió, así yo os envío; recibid el Espíritu Santo.”

          Cristo es por tanto luz, vida y amor del Padre, enviado a salvar al mundo de sus tinieblas de muerte, restableciendo en el amor de Dios a quien lo acoge por la fe y guarda sus palabras, que son mandato de vida eterna. Rechazarlo, en cambio, es permanecer en las tinieblas que serán juzgadas el último día, pues la voluntad del Padre respecto de los hombres es, vida eterna.  

           Cristo testifica al Padre a través de sus palabras, como su enviado, cuya misión es iluminar a los hombres su rostro: su amor, y su voluntad salvadora, y el Padre, con sus obras, testifica al Hijo, su enviado.

          El hombre, acogiendo a Cristo, llega a ser hijo de Dios, luz, y sal del mundo, en cuanto permanece unido a Cristo, haciéndose un espíritu con él, pero si rechaza esta gracia que consiste en el amor del Padre, en el perdón de los pecados, en el don del Espíritu Santo y en la filiación adoptiva, si rechaza a Cristo, regresa a las tinieblas, y de todas estas gracias se le pedirán cuentas el último día, pues la voluntad del Padre respecto de los hombres es, vida eterna.

          La luna puede iluminar, en tanto en cuanto mira al sol, pero si no tiene su luz, se sume en la oscuridad. Como dirá san Pablo: “el que no tiene el espíritu de Cristo, no le pertenece”. Cristo ha dicho: “Vosotros sois la luz”, a quienes ha dado de su Espíritu, y por el hecho de que su Espíritu permanece en ellos, y por eso añade: “Sin mí, no podéis hacer nada.” Sin el Señor, nuestra luz se apaga y nuestra sal pierde su sabor.

          Por eso dice Cristo que el hombre necesita de él absolutamente; “no hay otro nombre dado a los hombres, por el que debamos salvarnos.” el hombre, necesita absolutamente su redención y la unión con él, que dan los sacramentos y la oración, y que le alcanzan lo que es “imposible para los hombres”, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible.

          De la misma manera que en la creación el hombre debe ejercer su responsabilidad de ser libre, así también en la redención, como dice Jesús en el Evangelio: “Quien rechaza mis palabras ya tiene quien le juzgue: mi palabra le juzgará en el último día.”

          Cristo, a través de sus obras y de sus palabras, hace presente al Padre. Él, es el enviado del Padre, con la misión de iluminar a los hombres el rostro del Padre, su amor, y su voluntad salvadora. Sus palabras y sus obras son las del Padre. El hombre puede rechazar esta gracia si rechaza a Cristo y de ello se le pedirán cuentas el último día, pues la voluntad del Padre respecto de los hombres es, vida eterna.

          Que así sea.

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