Domingo 2º de Pascua B

Domingo 2º de Pascua B

(Hch 4, 32-35; 1Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31)

Queridos hermanos:

           En este domingo, como hemos visto estos días pascuales, y como lo será siempre en la vida de la comunidad cristiana, el protagonista es claramente el Espíritu Santo de Nuestro Señor Jesucristo, que “cae” sobre todo el que cree, acogiendo el Anuncio, creando la comunión entre los creyentes y derramando sus dones sobre ellos, como nos presenta hoy la palabra: amor, alegría, paz, fortaleza, abriendo sus inteligencias para comprender las Escrituras cuyo centro es el Misterio Pascual del Señor: su muerte y su resurrección, unificando en su espíritu los acontecimientos de la historia, pasados, presentes y futuros.

          Hoy, el don del Espíritu se hace concreto en el poder de santificar por el perdón de los pecados, (munus de Cristo) propagando la salvación de Cristo al mundo, suscitando la fe, en primer lugar por el amor entre los hermanos, después, mediante el envío, por la predicación, y auxiliados por las Escrituras, por los Evangelios, escritos “para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida eterna en su Nombre”.

          La comunidad cristiana aparece unida por el amor: “con todo el corazón, con toda la mente y con todos sus bienes”, como una consecuencia de la obra realizada en ellos por Cristo, como nos presenta el Evangelio: Tomás, viendo a un hombre y confesando a Dios, como observa san Agustín, cosa que no pueden producir los sentidos sino el corazón creyente que ha recibido el Espíritu Santo, hace que las heridas gloriosas de Cristo, sanen las de nuestra incredulidad.  

          Cristo ha sido enviado por el Padre para testificar su amor, y para que a través del Espíritu recibamos la vida, nueva para nosotros y eterna en Dios: la comunión de amor: “Un solo corazón, una sola alma que comparte todo cuanto posee. Así, visibilizando el amor, testificamos la Verdad, y el mundo es evangelizado y salvado por el perdón de Dios que la Iglesia lleva a todos y nosotros a nuestros semejantes.

          Cristo resucitado ha recibido todo poder y en su nombre obedecen el cielo y la tierra; el mal y la muerte retroceden ante el Evangelio de la gracia de Dios, que se convierte en paradigma de salvación para aquel que se abre a su acción por la fe: “Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios.  Los que crean “hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.”

          La urgencia y la necesidad del anuncio del Evangelio sólo se pueden comprender si somos conscientes, de que por la acogida del Anuncio, se actúa la salvación, mediante la fe, que nos alcanza el Espíritu Santo. La predicación del Evangelio no está finalizada a la mente, o a la instrucción, sino a la regeneración de toda la creación.

          La obra de Cristo en nosotros, comenzando por suscitarnos la fe, darnos vida por el Espíritu Santo, y trasmitirnos la Paz y la alegría, se completa al constituirnos después en portadores del amor de Dios en el perdón de los pecados.

           Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                            www.jesusbayarri.com

 

 

 

 

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