Martes 3º de Pascua
(Hch 7, 51-8,1ª; Jn 6, 30-35)
Queridos hermanos:
Continuamos hoy contemplando la catequesis del pan sustancial que es eminentemente eucarístico, y nos introduce en el “memorial” de Cristo, al que somos invitados a unirnos, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre, alimento que salta hasta la vida eterna.
Una vez más en estos encuentros
pascuales, la palabra hace alusión a la Eucaristía a través de figuras como el
maná, alimento mesiánico, el pan del cielo, el pan de Dios, o el pan de vida
eterna. que viene a colmar el ansia insaciable del corazón humano. Por eso
Israel responde a Cristo: “Señor, danos siempre de ese pan”, y los
gentiles, prefigurados en la samaritana: «Señor, dame de esa agua, para que no
tenga más sed.» Los gentiles deben primero ser llevados al agua y bañados
en el bautismo, para poder pasar después al banquete de la vida.
Hemos
escuchado también a Jesús decir: “Yo soy”, nombre de Dios revelado a
Moisés, que Cristo se aplica a sí mismo siete veces en el evangelio de Juan;
siete definiciones con las que se revela a sí mismo iluminándonos, como las
siete lámparas del candelabro: Yo soy el pan de la vida; la luz
verdadera; la puerta; el camino, la verdad y la vida; el buen
pastor; la resurrección; la vid verdadera.
Aplicándose a sí mismo el discurso de la Sabiduría, Cristo, viene a confirmar la tendencia de la Revelación a personalizarla. Precisamente porque la plenitud de la Sabiduría es Cristo, aquellos que la gustan siguen teniendo hambre y sed de Cristo; tienden a él hasta encontrarlo (Eclo 24, 21). El encuentro con la Sabiduría les hace pobres de espíritu y necesitados de salvación. Jesús dirá. “Ay de vosotros los hartos,” y “dichosos los que tenéis hambre ahora”, porque: “El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed." Será saciado.
A este banquete mesiánico somos hoy
invitados por Cristo, para que recibamos vida que poder llevar a un mundo
hambriento de paz y sediento de verdad. Un mundo a oscuras guiado por ciegos,
que se precipita al abismo, de pasiones incapaces de redimirlo de su angustiosa prevaricación.
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