Sábado 20º del TO
Mt 23, 1-12
La gloria que viene de Dios
Los escribas y fariseos, nos dice el Señor,
estaban cerrados a la fe. ¿Cuál era su error? Preferían ser amados antes que
amar. Buscaban la estima de los hombres más que la comunión con Dios. Por eso
Jesús les reprocha:
“¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis
gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene sólo de Dios?” (Jn 5,44)
Sin fe, el amor no puede habitar en el corazón.
Y cuando la Ley se vacía de amor, se convierte en una carga insoportable para
quien la vive, y en una exigencia dura para los demás. El culto que no nace del
amor es vano, es perverso, porque no busca agradar a Dios, sino a uno mismo.
Pero el verdadero culto, hermanos, es el amor.
“¡Misericordia quiero, no sacrificios!” (Os
6,6)
Esta Palabra viene hoy en nuestra ayuda. Nos
llama a buscar al Señor, a negarnos a nosotros mismos mediante la penitencia, y
a abrirnos a los demás mediante la misericordia. Necesitamos humillar nuestro
yo, para abrirnos al tú del amor, y en ese encuentro, descubrir el Yo de Dios.
En Cristo, Dios ha glorificado su nombre como
nunca antes. Lo ha hecho manifestando su amor, salvando a la humanidad de la
muerte, entregando a su Hijo por nuestros pecados y resucitándolo para nuestra
justificación.
“Ahora va a ser glorificado el Hijo del hombre,
y Dios va a ser glorificado en él. ¡Padre, glorifica tu nombre!” Y respondió
Dios: “Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré.” (Jn 12,28)
La gloria de Dios, hermanos, es su entrega. Su
complacencia está en la entrega del Hijo por nosotros. Y cuando creemos en
Jesucristo, damos gloria a Dios, porque por la fe, el hombre fructifica en el
amor.
“La gloria de mi Padre está en que deis mucho
fruto y seáis mis discípulos.” (Jn 15,8)
El amor es el fruto que glorifica al Padre.
Porque el amor viene de Dios; es Él quien lo ha derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. El que no cree, no tiene el amor de
Dios en su corazón. Y entonces, está condenado a buscar su propia gloria,
porque no se puede vivir sin amor. Busca la vida en las cosas, en las personas,
se sirve de ellas... pero no las ama. Y nada ni nadie puede dar vida, sino sólo
Dios.
El que no cree, no ama. Y el que no ama, no
glorifica a Dios.
Por eso, si en la Eucaristía nos unimos a
Cristo en este sacramento de su amor al Padre, lo glorificamos juntamente con
Él, haciéndonos uno con su entrega amorosa a la voluntad del Padre. Que nuestra
comunión con Cristo sea verdadera, profunda, y transformadora.
Que el Señor nos conceda la gracia de buscar siempre la gloria que viene de Él, y no la que se desvanece entre los aplausos del mundo. Amén.
Que
así sea.
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