Jueves 29º del TO
Lc 12, 49-53
Queridos hermanos:
La palabra del Evangelio nos presenta a Cristo en el umbral de su misión: transformar el agua en vino, derramando sobre la tierra de nuestra carne el fuego de su Espíritu de amor. Como dice san Juan Crisóstomo, realiza así una nueva creación, arrancada de la nada de la muerte del pecado.
Cristo
habla de fuego, de bautismo, de paz y de división. El fuego del amor del
Espíritu de Dios debe ser encendido; la muerte del pecado, apagada y asumida
por Él en el bautismo de la cruz; la falsa paz de los muertos, rota. La misión
de Cristo es encender en el mundo el amor de Dios, sumergiéndose en él hasta la
muerte.
Para
ello, deberá derramar su sangre en un bautismo purificador de toda carne, que
separará lo nuevo de lo viejo, la luz de las tinieblas, haciéndose a sí mismo
señal de contradicción y causa de división. Porque las tinieblas se resisten a
la luz y al fuego del amor de Dios, con los que será purificada la tierra. El
bautismo y el fuego purifican y enfrentan, porque, como la sal, queman y
escuecen al que entra en contacto con ellos, poniendo de manifiesto la maldad
oculta de las pasiones y los vicios.
El
Señor nos habla de un bautismo que es fuego, como había anunciado Juan
Bautista: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” Cristo deberá ser
sumergido en la muerte de nuestros pecados, para que nosotros seamos
purificados en el fuego de su Espíritu, que derrama su amor en nuestros
corazones y nos limpia de las obras muertas. Este es el anhelo de Cristo. El
bautismo del Jordán será la manifestación del Espíritu, que luego encomendará
al Padre desde la cruz, derramándolo sobre la Iglesia en la vida nueva de la
Resurrección.
Seguir
a Cristo supone sumergirse con Él en el torrente de la persecución y los
sufrimientos, de los que el Mesías beberá en su camino (Sal 110, 7),
enfrentando a unos contra otros, según lo acojan o lo rechacen: “¿Podéis ser
bautizados con el bautismo con el que yo voy a ser bautizado?” La Eucaristía y
todos los sacramentos de nuestra fe nos sumergen con Cristo en su muerte y en
su resurrección, abrevándonos en el torrente de sus delicias, porque en Él está
la fuente viva, y su luz nos hace ver la Luz.
Que así sea.
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