Miércoles 29º del TO
Lc 12, 39-48
Queridos hermanos:
Dios, en su infinita bondad, ha querido compartir su hacienda con nosotros, llamándonos a la existencia, destinada a la comunión de amor con Él. Nos ha dotado de los medios necesarios para alcanzarla: amando a los hermanos. Todos los medios, incluida la existencia misma, están, por tanto, en función del amor, que nos franquea la entrada al Amor, ese que conocemos como bienaventuranza, cielo, vida eterna, Reino de Dios, Casa del Padre, y tantos otros nombres que evocan la plenitud.
Hoy, la Palabra nos habla
de un motivo de vigilancia: acoger al Señor que viene de la boda y entrar con
Él al banquete del amor. Se trata de estar preparados para el día de su visita
inesperada, en la que vendrá a pedir cuentas de nuestra administración de sus
dones, de su amor. Vendrá como ladrón para quienes consideran propios los dones
del Señor, y para quienes no lo esperan ni desean su venida. Viene a reclamar
el tesoro que le pertenece y que nos fue encomendado acrecentar, para retribuir
a cada uno según haya realizado su servicio: amando.
Nosotros, como dice el
Evangelio, no somos sino administradores a prueba, a quienes el Señor quiere
poner al frente de toda su hacienda, dándonos su Espíritu para siempre, si es
que hemos sido fieles y solícitos en llevar a cabo aquello que se nos encomendó:
¡Servir! ¡Amar!
Nuestra fidelidad y
solicitud consistirán en no habernos apropiado de aquello que se nos confió
para servir, amando no sólo al Señor con pureza y sobriedad, sino también a
nuestros hermanos, con el mismo amor con el que hemos sido amados y que le
debemos a Dios.
Si bien esta vigilancia es
necesaria para cuantos se disponen a servir al Señor, tanto más lo es para
quienes son llamados a ser administradores de los bienes de su casa: fieles y
prudentes, al cuidado de otros siervos y siervas. Dichosos quienes se mantienen
en esta fidelidad y prudencia en el servir constante al Señor, porque ellos se
nutrirán de lo sabroso de su casa y serán abrevados en el torrente de sus
delicias. Mientras tanto, a los infieles se les pedirá cuentas de su encomienda
y se les pagará de acuerdo con sus obras. Como decía san Juan de la Cruz:
“Seremos examinados en el amor”.
En espera de esta venida
del Señor, se nos concede ahora, según nuestra disposición, poder ser
alimentados para recibir vida eterna, prenda de nuestra herencia en Cristo
Jesús, que se entregó por nosotros.
Que así
sea.
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