Viernes 4º de Pascua
Hch 13, 26-33; Jn 14, 1-6
Queridos hermanos:
Mientras Cristo se prepara para su
regreso al Padre, una vez concluida su misión, los discípulos se preparan para
comenzar la suya. De la misma manera que tembló el pueblo al disponerse a la
conquista de la Tierra Prometida, enfrentando a las siete naciones que la
habitaban, y Josué tuvo que alentarlos a apoyarse en Dios, que estaba con él,
así el verdadero Josué, Jesús, alienta a sus discípulos a confiar en Dios, que
está en él, para conducirlos a la casa del Padre. Cristo les dice que él es el
Camino, y el salmo mesiánico por excelencia (Salmo 110) dice: “En su camino
beberá del torrente y, por eso, levantará la cabeza”. Beber, por tanto, del
torrente lo conduce a inclinar la cabeza en la cruz, como dice el Evangelio:
“Inclinando la cabeza, entregó el espíritu”, y, por eso, la levantará en su
resurrección. Así, sus discípulos, unidos al "Camino" en Cristo,
tendrán que atravesar el valle del llanto y beber del torrente del sufrimiento,
la persecución y la muerte. Pero el Señor vendrá a buscarlos, a ellos y a
nosotros, y estaremos siempre con él.
Hemos nacido en el corazón del Padre y
hacia él nos encaminamos a través de Cristo, que viene a nosotros desde junto a
Él, nos rescata de nuestro extravío y nos precede en nuestro regreso como hijos
suyos: “Subo a mi Padre y (ahora) vuestro Padre”. “Nadie va al Padre sino por
mí” (Camino); “el Padre mismo os ama” (Verdad); “el que me coma vivirá por mí”
(Vida).
Nuestra vida es caminar hacia el Padre,
progresar en el amor hasta alcanzar su plenitud en Cristo, viviendo en él y
permaneciendo en él. El sentido de nuestra existencia es alcanzar la comunión
con Dios, a quien Cristo ha venido a revelarnos como Padre, Hijo y Espíritu
Santo, y así conducirnos a Él, a su casa, a su conocimiento, comunicándonos su
propia vida.
Cristo es, pues, el Camino al Padre, y
por la fe en él estamos en vías de salvación. Cristo es la Verdad de su amor,
nos lo ha mostrado con su entrega, y es la Vida divina que recibimos con su
Espíritu: Camino, Verdad y Vida. Sólo si creemos en la verdad de su palabra y
de su amor podremos seguirlo y alcanzar la meta de la vida eterna que está en
él.
Cristo revela al Padre no sólo con sus
palabras, sino también con su persona, porque él es la verdad visible del
Padre, siendo uno con él en el amor del Espíritu Santo. Quien le ve a él, ve al
Padre; el Padre está en él y él en el Padre. Quien cree esto apoya su vida en
Cristo, obedece su palabra, le sigue en la misión y permanece en él.
Hoy la Palabra nos invita a creer en
Cristo resucitado, uno con el Padre y el Espíritu, Dios bendito por los siglos,
a quien el Padre ha enviado para hacerse presente entre los hombres y para que
así puedan encontrar la salvación, entrando en comunión con él, en su Reino.
El Señor nos invita a confiar en su
promesa de vida, que supera infinitamente nuestra precaria condición miserable.
Su casa es amplia. Nos ha anunciado vida y ahora va a prepararnos acogida.
El Señor quiere pacificar el alma de los
discípulos ante la inminencia de la despedida, de la cruz, y para ello
fortalece su fe y su esperanza en la promesa. Deberán apoyarse en las palabras
de Cristo y en sus señales, que testifican la presencia del Padre. También los
que le sigan y permanezcan unidos a Cristo lo estarán con el Padre, presente en
sus obras.
La obra de Cristo es, por tanto, que, a
través de la fe, sus elegidos puedan recibir su Espíritu, sean testigos suyos y
continúen su misión en el mundo, llevando a los hombres a la unión con Dios.
Por la fe, la vida del cristiano se
edifica en Cristo, que es la piedra angular, y de él recibe consistencia,
siendo constituido en piedra viva del edificio, incorporado al templo, al
sacerdocio y al pueblo en su Reino, en la casa del Padre.
En este templo se ofrece un culto
agradable a Dios por el amor y por la proclamación de sus maravillas. El
cristiano forma parte de Cristo, siendo miembro de su cuerpo, que es la
Iglesia. Cristo da cohesión al edificio que se eleva hasta Dios, y en él es
introducido, formando una asamblea santa, un pueblo sacerdotal llamado a
invitar a los hombres a apoyarse en Cristo y a realizar sus obras.
Las obras de Cristo son señales que
conducen a él y se reproducen en quienes a él se incorporan, porque han sido
unidos a su misión de suscitar la fe para completar la edificación del templo
espiritual, la asamblea santa y el pueblo sacerdotal.
En la espera de Cristo se nos confía la
misión, por la cual el mundo verá al Padre presente en Cristo y a Cristo en su
Iglesia.
Que así sea.
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