Miércoles 6ª de Pascua
Hch 17, 15.22-18,1; Jn 16, 12-15
Queridos hermanos:
El Señor, que ya ha revelado a los
discípulos muchas cosas acerca del Misterio del Padre, deja al Espíritu la
tarea de completar la revelación del Misterio del Hijo, que los discípulos
todavía no podían asimilar y que los llevaría hasta la Verdad plena de Dios.
El testimonio del Espíritu glorificará a
Cristo, anunciando lo que oiga en el seno de la Trinidad y comunicándolo
interiormente al corazón de los discípulos, como lo hizo antes públicamente a
través de las obras que realizó en Cristo. Ahora el testimonio será pleno:
Cristo no es solo el Mesías y el Profeta, sino el Señor, el Hijo del Padre y
Dios con Él, en el Amor del Espíritu de la Verdad. Solo el Espíritu podía dar
este testimonio de la divinidad de Cristo, que los discípulos nunca hubieran
podido alcanzar ni mucho menos testificar con su vida por sí mismos.
El Espíritu vendrá en ayuda de los
discípulos y será su guía en el desarrollo de la doctrina y de la vida de la
Iglesia, ante el mundo, con las obras de ellos y a través de ellos, porque el
Espíritu los acompaña y actúa con ellos.
La presencia de Cristo en nosotros, a
través del Espíritu, irá ampliando nuestra capacidad de conocer a Dios y de
recibir de Él sus dones. Nuestro recipiente se irá ensanchando y mejorará en su
capacidad de recibir y retener las gracias que constantemente hace llover sobre
nosotros el Señor de las misericordias. Además, concentrará nuestro corazón
—mente y voluntad— en la adhesión a Cristo, como dice el Salmo: “Concentra toda
mi voluntad en la adhesión a tu nombre” (Sal 86, 11), y en la comunión fraterna.
Dios es inabarcable, y lo que de Él
conocemos porque ha querido revelarse a nosotros es poco en comparación con lo
que seguimos ignorando y nos es imposible conocer hasta el presente. Incluso en
la bienaventuranza del cielo y en la comunión que tendrán con Él los que hayan
sido hallados dignos de la Resurrección, será más lo que les falte que lo ya
alcanzado. Este conocimiento y posesión se irán acrecentando constantemente por
toda la eternidad, aunque le podremos ver tal cual es.
Si Cristo se ha denominado a sí mismo
testigo de la Verdad del amor de Dios, que nos ha mostrado en la cruz frente a
la mentira diabólica, al decir que el Espíritu nos conducirá a la plenitud de
la Verdad, nos revela que seremos conducidos por Él a la plenitud del amor de
Dios. También la plenitud en la comunión fraterna y en el amor a los enemigos
la ha traído Cristo a nosotros, y el Espíritu nos introduce en ella.
En la bienaventuranza, todos seremos
colmados, como dice san Agustín, pero no todos conoceremos a Dios en la misma
medida, así como tampoco en este mundo lo conocemos todos igualmente, sea
porque no respondemos de la misma manera a sus dones o porque Él no se deja
conocer por igual por unos y otros. Si entre los mismos ángeles hay distintos
coros, podemos pensar que así será también entre los santos: coro de apóstoles,
de mártires, de vírgenes y otros.
Desde el nacimiento de la Iglesia con la
efusión del Espíritu, la fe y el conocimiento de Dios han ido progresando en
este proceso de introducción en la Verdad de Dios que realiza el Espíritu. De
la fe en Dios a la fe en la Trinidad, de la que Cristo forma parte, hay todo un
camino que la Iglesia ha recorrido guiada por el Espíritu. Este proceso de
tomar de lo de Cristo, de lo de Dios, para enriquecerse, es una experiencia
continua en la Iglesia, que se manifiesta de forma eminente ahora en la
Eucaristía, cuando, en nuestra unión con Cristo, se nos comunica vida eterna, a
cada cual según la voluntad de Dios y según nuestra capacidad.
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