Domingo 6º de Pascua C
Hch
15, 1-2.22-29; Ap 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29
Queridos hermanos:
El tiempo de la Iglesia es el tiempo del
Espíritu. Como dice San Ireneo: “Donde está la Iglesia, está el Espíritu”.
Cuando la presencia de Cristo deje de ser visible, una vez finalizada su misión
de ser “Dios con nosotros”, el Espíritu llevará adelante la de ser “Dios en
nosotros”. Hoy el Señor nos anuncia el nacimiento de la Iglesia, cuya alma será
el Espíritu Santo, quien hará más profunda, íntima y personal la relación de
los discípulos con el Señor.
El Espíritu irá guiando a la Iglesia
hasta el final de los tiempos, enseñándole y recordándole todo lo que el Señor
ha dicho, hasta llevarla a la verdad completa. Será el alma de la Iglesia y su
ayuda frente a las dificultades en el combate de la fe y en la misión. Para
eso, el Señor le da su paz, que la sostendrá en el combate contra los enemigos,
mientras, unido a la Esposa, espera el regreso del Señor diciendo: “¡Ven,
Señor!, que pase este mundo y que venga tu gloria”.
El Padre ama a todos, pero a quien
guarda su palabra se le concede la presencia permanente de Dios, que todo lo
vivifica y transforma en celeste la existencia humana. La diferencia que hay
entre que Dios venga a nosotros y que haga morada en nosotros es la misma que
hay entre escuchar su palabra y guardarla. La diferencia está en los frutos de
la fidelidad, como dijo Habacuc: “El justo vivirá por su fidelidad” (Ha 2,4),
que resulta no solo de haber acogido el don gratuito de la fe, sino de haberlo
mantenido y hecho vida propia, y de haberlo defendido frente a las seducciones
del Maligno, quien nos solicita a través del mundo y de las concupiscencias de
nuestra carne. “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
Guardar la palabra del Señor, el
depósito de la fe, no es solo cuestión de que nuestra mente no la olvide, sino
también de que nuestra voluntad se mantenga firme en sus caminos y la ame con
las obras. Es, por tanto, cuestión de amor, como dice el Señor, de permanencia
en su amor y de perseverar hasta el fin: “Si alguno me ama, guardará mi
palabra.” Para eso el Señor ha asegurado: “Yo estaré con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo.”
Ser cristiano es aprender a vivir y
dejarse guiar por el Paráclito que Cristo nos ha enviado por la fe. En la
lectura de los Hechos de los Apóstoles se nos presenta su presencia y su acción
en la vida de la Iglesia, inspirando, enseñando y conduciendo a los discípulos
en la paz. Paz entre los hombres por el dominio sobre las pasiones y paz con
Dios como fruto de la justificación de Cristo, quien nos ha alcanzado el perdón
de los pecados.
A través de esta presencia en nosotros
del Espíritu de Dios, la Iglesia se encamina a la meta de la Jerusalén celeste,
cuyas arras son la paz, signo y fruto de la presencia del Espíritu. Paz que no
significa ausencia de combate; por eso, somos exhortados a no acobardarnos y a
que no se turbe nuestro corazón. Digamos, pues, amén a este cuerpo que se
entrega y a esta sangre que se derrama para que tengamos vida eterna.
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