Domingo 4º de Pascua C (El Buen Pastor)
Hch 13,
14.43-52; Ap 7, 9.14-17; Jn 10, 27-30
Queridos hermanos:
Con esta imagen del Buen Pastor y su rebaño, la Palabra nos presenta
el sentido de la vida como una peregrinación a la casa del Padre, en el seguimiento
de Cristo, a la escucha de la voz del Amado, que nos guía y nos nutre en el
camino hacia la meta que nos muestra el Apocalipsis en la segunda lectura: una
muchedumbre inmensa en la presencia amorosa de Dios y del Cordero. Nos revela
las relaciones de su amor solícito por nosotros (conocimiento), para
apacentarnos y cuidarnos hasta la entrega total de su vida, frente a las
asechanzas del enemigo envidioso y el egoísmo del asalariado, a quien mueve
sólo el propio interés y no el de las ovejas.
Para el mundo, todo esto son historias, pamplinas, paparruchas y
zarandajas: Dios, el diablo, el pecado y también el cielo. Cada uno va a lo
suyo, y el que más pueda, mejor para él. ¿Por qué nosotros, en cambio, creemos
todo eso? Porque, a través de la predicación, el Espíritu Santo ha testificado
a nuestro espíritu que el Evangelio es la Verdad.
La vida cristiana es comunión de amor fundada en la relación entre el
Padre y el Hijo; requiere de la vigilante escucha del Pastor frente al acecho
del depredador, y es urgida por el amor hacia el culmen de la unidad. Cristo,
con su gracia, no sólo nos da su propia vida, sino que nos une a su Padre
mediante la filiación adoptiva que nos hace hermanos suyos. El Pastor que fue
herido está de nuevo al frente de su rebaño; va delante de nosotros abriendo
camino y nos sale al encuentro en el testimonio de la fe: ¡La muerte ha sido
vencida y el pecado ha sido perdonado!
El Señor se compara a sí mismo con el Pastor que ama a sus ovejas, las
conoce una a una por su nombre y las cuida, alimentándolas y haciéndolas
descansar a su sombra en un lugar seguro, protegiéndolas del ataque de los
enemigos y defendiéndolas aun a costa de su vida. Las ovejas, por su parte,
escuchan a su Pastor, a quien aman, permaneciendo unidas para no ser
dispersadas ni dañadas por el devastador mientras dura la “gran tribulación”.
Cristo nos presenta al Padre como protagonista de su condición de
Pastor porque es uno con él; de él procede todo y a él todo se ordena: “Mis
ovejas escuchan mi voz”, dice Cristo, Palabra del Padre, que lo hace presente
en el pueblo de Israel y, con el ministerio de su predicación, va separando
ovejas de cabritos, peces buenos de malos, y va podando y cortando los
sarmientos de la vid. En la primera lectura vemos que también los apóstoles
siguen reuniendo a las ovejas que escuchan la voz de Cristo, también entre los
gentiles.
“Yo las conozco y ellas me siguen”. A través de su Palabra, Cristo va
pastoreándolas en su amor, y ellas, dejando a sus ídolos, lo siguen en su
camino hacia la vida eterna, pasando como él por el valle del llanto, de la
cruz, y bebiendo con él del torrente, para levantar con él la cabeza en su
resurrección.
“Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás”. Escuchando la voz de
Cristo por la fe, sus ovejas reciben el Espíritu Santo, que derrama en sus
corazones el amor de Dios. La vida divina, por la que el Padre y el Hijo son
uno en una comunión perfecta de amor; comunión a la que son incorporadas sus
ovejas, quedando así preservadas de la malignidad de la muerte.
“Y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es
más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Y el
Padre ha puesto todo en mis manos, ya que: Yo y el Padre somos uno”.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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