Sábado 5ª de Pascua
Hch 16, 1-10; Jn 15, 18-21
Queridos hermanos:
La primera lectura de los Hechos nos
presenta el momento clave en el que la fe cristiana va a entrar en lo que hoy
llamamos Occidente a través de Macedonia, lo cual provocará el encuentro con el
pensamiento griego, que será decisivo en el futuro desarrollo de la Iglesia y
de la futura Europa.
El Evangelio nos habla del mundo en su
acepción negativa, que engloba todo el entorno sujeto, consciente o
inconscientemente, a la influencia, dependencia e incluso esclavitud del
diablo. El mundo y la Iglesia son realidades completamente opuestas y antagónicas,
como lo son Cristo y Beliar (2 Co 6,15). Como dice Santiago: “Cualquiera, pues,
que desee ser amigo de 'este' mundo, se constituye en enemigo de Dios” (St
4,4).
El Evangelio nos habla del odio del
mundo a Cristo y, por tanto, a la Iglesia. En estos momentos, dicho odio es
cada vez más evidente y no debe sorprendernos, ya que el príncipe de este mundo
es el diablo, quien aborrece a Dios y, por tanto, a Cristo. El otro día leíamos
la Carta a Diogneto, en la que se hablaba de este odio que nadie sabe
explicarse, pero que proviene de la sujeción al diablo propia del
"mundo".
La obra de Cristo y de la Iglesia es,
precisamente, arrebatarle al diablo sus hijos y arrancar del corazón del hombre
las raíces amargas del pecado. Su misión es llevar a los hombres al
conocimiento de Dios y de su amor, perseverando hasta el fin: “Y seréis odiados
de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se
salvará” (cf. Mt 10,22). “No os extrañéis, hermanos, si el mundo os aborrece”
(1 Jn 3,12-13). “Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado, porque no
son del mundo, como yo no soy del mundo” (Jn 17,14). “En verdad, en verdad os
digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía”
(Jn 13,16). “Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus
domésticos!” (Mt 10,24).
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