Viernes 4º de Cuaresma
Sb 2, 1ª.12-22; Jn 7, 1-2.10.25-30
Queridos hermanos:
En la proximidad de la Pascua, la
Palabra nos presenta hoy el rechazo de Cristo, el Justo de la primera lectura.
Desde el justo Abel, pasando por los profetas y los justos, el bien ha sido
siempre perseguido, como lo han sido Cristo mismo y cuantos permanecen fieles a
la voluntad de Dios. El “misterio de la iniquidad” tiene un tiempo para actuar,
que contribuye al bien de quienes aman a Dios, como dice san Pablo, y que les
está velado discernir a sus contemporáneos de forma misteriosa, cuya cerrazón
se comprende a la luz del profeta Isaías: «Ve y di a este pueblo: Escuchad
bien, pero no entendáis; ved bien, pero no comprendáis. Engorda el corazón de
este pueblo, hazle duro de oídos y pégale los ojos, no sea que vea con sus
ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le
cure» (Is 6, 9-10). El pueblo que se ha negado a convertirse a la Palabra del
Señor deberá esperar a que Dios “sea propicio”. Esto ocurrirá ante la proximidad
del Mesías cuando les envíe a Juan Bautista, quien les anunciará un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados. Él destapará sus ojos y sus oídos y
ablandará su corazón para que puedan acoger a Cristo y, con Él, la salvación.
“Pero los fariseos y los legistas, al no aceptar su bautismo, frustraron el
plan de Dios sobre ellos” (Lc 7, 30).
La Iglesia misma, y cuantas obras
suscita el Espíritu a través de la historia, pasan inevitablemente por la
incomprensión, el rechazo y la persecución, que las purifica y consolida, como
ocurrió frente a los enemigos a los que tuvo que enfrentarse el pueblo en la
conquista de la Tierra Prometida. Estos les mantuvieron preparados y diestros
para el combate. “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros”
(Jn 15, 20).
Se cumplen así las profecías que
anunciaban el “día del Señor” como tinieblas y oscuridad, nubarrones y densa
niebla (Ez 30, 3; Jl 2, 2), y lo terrible de su visita: ¿Quién podrá soportar
el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque será como
fuego de fundidor y lejía de lavandero. Se sentará para fundir y purgar (Ml 3,
2-3).
La
conversión, como gracia de la misericordia de Dios, debe acogerse cuando el
Señor se hace presente a través de su enviado, no sea que, cuando venga, no
tengamos ojos para ver ni oídos para oír, y nuestro corazón esté endurecido
para convertirse, y no seamos curados. Como dirá San Pablo: “En el nombre de
Cristo os suplicamos: ¡Reconciliaos con Dios! Ahora es el tiempo favorable;
ahora es el día de salvación”.
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