Martes 5º de Cuaresma
Nm 21, 4-9; Jn 8, 21-30
Queridos hermanos:
Una vez más, en este itinerario
cuaresmal, somos invitados a la fe en la misericordia divina, que se ha hecho
carne en Cristo. Jesús anuncia su igualdad con "Yo soy" y, a la vez,
prepara su distinción con el Padre dentro del misterio de su unidad. La
salvación de los judíos consiste en creer en esta revelación suya, antes de que
esta Verdad se les imponga cuando sea levantado.
Nadie puede perdonar pecados más que
Dios. De ahí que creer en Cristo, como el Señor, sea cuestión de vida o muerte
para todos nosotros, al igual que lo fue para los judíos: “Ya os he dicho que
moriréis en vuestros pecados, si no creéis que Yo Soy.
Creer en Cristo es acoger la
misericordia de Dios Padre, quien lo ha enviado a salvar al mundo, perdonando
el pecado y destruyendo la muerte. Lo que sucedió en figura cuando Israel
murmuraba contra Dios y fue mordido por las serpientes en el desierto se convierte
ahora en realidad universal para quienes hemos sido mordidos por la muerte del
pecado: Cristo es elevado en el mástil de la cruz como remedio contra la
muerte, por la fe en Él.
Mientras Cristo regresa al Padre, cumplida su
misión, quien no lo haya acogido no puede seguirlo y permanece en la muerte del
pecado: “Donde yo voy, vosotros no podéis venir”, porque sois de abajo; yo soy
de arriba y vuelvo a donde pertenezco.
Los judíos van a levantar a Cristo en la
cruz dándole muerte, y el Padre lo va a exaltar a la gloria resucitándolo, y
con Él a cuantos lo han acogido por la fe, sentándolos con Él en los cielos:
“Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios.” “Porque habéis muerto, y vuestra vida está
oculta con Cristo en Dios.”
Que así sea.
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