Vigilia Pascual C
Lc 24, 1-12
Queridos hermanos:
El evangelista nos
dirige en esta Noche Santa estas palabras: “¡No está aquí, en la soledad del
sepulcro donde fue sembrado su cuerpo! ¡Ha resucitado!”. Si buscáis a Cristo
Jesús, el Crucificado, no tenéis de qué temer, porque el que pidió el perdón
para nosotros ha sido escuchado, ha resucitado y ha sido constituido Espíritu
que da vida. El que fue bautizado en la muerte ha resurgido a la Vida Eterna.
El que fue talado en este huerto ha brotado como “Renuevo del tronco de Jesé”;
ha surgido como un “Vástago de sus raíces”. El pastor que fue herido está de
nuevo al frente de su rebaño para reunir a las ovejas dispersas; va delante de
nosotros abriendo camino y nos saldrá al encuentro en el testimonio de la
misión: ¡La muerte ha sido vencida y el pecado ha sido perdonado! El amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones.
Hemos escuchado el
testimonio de los ángeles: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No
está aquí. ¡Ha resucitado!”. Los ángeles se lo han testificado a las mujeres,
las mujeres a los apóstoles y los apóstoles a nosotros, para que nosotros lo testifiquemos
con nuestra vida al mundo entero, comenzando por los más cercanos, amándonos y
viviendo en comunión, siendo “uno” con los hermanos, con Cristo y con el Padre,
para que el mundo crea.
La piedra ha sido
removida, y con ella nuestras frustraciones y nuestros fracasos. Hay que dejar
el sepulcro de la corrupción y de la impotencia, porque Cristo no está allí y
nos llama a seguirlo sin miedo, porque Él ha vencido la muerte para siempre. ¡Cristo
ha resucitado! La vida precaria en este mundo ya no volverá a ser lo que fue,
porque se ha abierto una brecha en medio de la muerte fatal. La vida celeste ha
irrumpido en el infierno y lo ha despojado. La noche sempiterna se ha hecho
clara como el día. Las cadenas de la esclavitud han sido rotas, y Adán se ha
desembarazado de su culpa. En nuestra generación nos alcanzó la condena por
nuestra desobediencia, y en nuestra regeneración por la fe, la gracia de la
sumisión.
“Cristo ha resucitado, y con su claridad
ilumina al pueblo rescatado con su sangre”. Lo hemos celebrado en el simbolismo
del Cirio Pascual y lo reviviremos con la aspersión del agua bautismal, con la
que la Iglesia romperá aguas en estos que hoy serán bautizados. Sentémonos a la
mesa del Señor, que viene a servirnos vida eterna en su cuerpo y en su sangre.
Como hemos dicho en la
oración después de la séptima lectura: ¡Que lo abatido se levante, lo viejo se
renueve y vuelva a su integridad primera, por medio de nuestro Señor
Jesucristo, de quien todo procede! ¡Él, que vive y reina con el Padre, por los
siglos de los siglos!
Esa es nuestra misión,
y ese debe ser el fruto de la Pascua, en la que nuestros pecados han sido
perdonados por la sangre de Cristo.
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