Miércoles Santo
Is 50, 4-9; Mt 26, 14-25
Queridos hermanos:
El Señor fue entregado
para el perdón de los pecados, con los que entregamos al Señor, como se nos
muestra en este Evangelio. El motivo de la Pascua es precisamente el amor de
Dios y la causa, el pecado y la esclavitud del hombre; el amor de Dios siempre
precede. Lo uno lleva a lo otro y revela la gloria de Dios, que de tal manera
ama a los hombres que se hace siervo.
¿Quién, ante esta
palabra, puede sentirse seguro y firme en su justicia y en su fidelidad? Como
decía el Papa Francisco: llevamos en nuestro interior nuestro “pequeño” Judas, traidor y
amante del dinero. “¿Seré yo, maestro?” ¿Seguiré siendo yo, que tantas veces te
he traicionado? Tú sabes que te amo, pero sabes también la fragilidad y la
imperfección de mi amor.
Abrázame fuerte, oh Señor, para que no dude ni
titubee ante la seducción del mal que me circunda y que quizá persiste en mí
como raíz escondida de corrupción en letargo. Limpia mi corazón de la avaricia
para que no se endurezca, se vacíe de amor y ciegue mis ojos a tu
misericordia y piedad. Concédeme permanecer junto a tus fieles y celebrar la
Pascua contigo en este “cenáculo” íntimo de comunión fraterna.
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