Lunes santo
Is 42, 1-7; Jn 12, 1-11
Queridos hermanos:
Las lecturas nos sitúan a seis días de la Pascua, como lo hace este primer día de la
Semana Santa. Se acerca la glorificación del Señor, prefigurada a través de una
mujer amada y perdonada, que muestra al Señor su amor y su sumisión,
ofreciéndole su tesoro más preciado. Juan sitúa esta escena en la casa de
Lázaro, dándole un clima de despedida, quizá motivado por actitudes o palabras
del Señor. Los sinópticos Mateo y Marcos sitúan la escena en la casa de Simón
el leproso, y Lucas, con algunas variaciones, en la casa de Simón el fariseo.
Se aproxima el tiempo en el que el Hijo del hombre será glorificado por su
entrega en la cruz, glorificación a la que el Padre responderá con la gloria de
su resurrección.
La
cerrazón de los sumos sacerdotes para creer en el testimonio de esta obra que
ha realizado el Señor con la resurrección de Lázaro, los lleva a pretender
tapar el sol con un dedo, privándose de su luz. También Judas aparece situado
del lado de los incrédulos, criticándolo todo, cegado por el brillo del dinero.
Jesús, en cambio, integra el acontecimiento en la onda de su entrega, que
deberá pasar un instante por la sepultura, dejando a las mujeres privadas del
gesto misericordioso de ungir su cuerpo en la madrugada del domingo.
Frente
al misterio de la muerte y del más allá, el hecho de que alguien haya vuelto de
la tumba suscita inevitablemente la curiosidad de los judíos, quienes acuden a
Betania en busca de respuestas, las cuales sólo “Moisés y los Profetas” pueden
dar de manera cabal, escuchándolos con fe: “Tienen a Moisés y a los Profetas;
que los oigan”. También nosotros estamos invitados a esta escucha que nos habla
de Cristo y nos revela los misterios del cielo y el amor del Padre.
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