Lunes 2º de Pascua
Hch 4, 23-31; Jn 3, 1-8
Queridos hermanos:
La Palabra nos habla hoy de la vida nueva de la fe como itinerario
bautismal, en el que la semilla del Kerigma y la semilla del Reino se van desarrollando en
quien acoge la predicación, hasta ser dadas a luz por el Espíritu. El comienzo
de este itinerario bautismal se nos presenta hoy en la figura de Nicodemo, que
el Evangelio de Juan va señalando en sus tres fases de adhesión a Cristo,
iluminando todo su ser: el corazón, el alma y las fuerzas.
En este pasaje de hoy (Jn 3, 1-21), Nicodemo está cerca del Reino,
como aquel escriba del Evangelio (Mc 12, 34). La gracia que está actuando en él
le hace acercarse a Cristo, y el Señor le muestra el camino a recorrer: «En
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de
Dios; el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en él.»
Nicodemo se acerca a Cristo por primera vez en medio de la oscuridad
de la noche, esto es, todavía sin la luz de la fe, con miedo a ser considerado
discípulo, es decir, sin la fortaleza del Espíritu, pero bajo la acción de la
gracia, que como la aurora comienza a iluminar su mente, aunque sigan divididas
en él las tendencias de su corazón: el sí y el no.
Habrá un segundo encuentro (Jn 7, 45-52), en el que Nicodemo, como el
ciego de nacimiento, comenzará a arriesgar poniéndose en evidencia y
cuestionando a los judíos: «¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle
antes oído y sin saber lo que hace?» Ellos le respondieron: «¿También tú eres
de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta.» La novedad
del “acontecimiento Jesús de Nazaret”, sin la luz del Espíritu, no consigue
penetrar en el corazón de los judíos, mientras que en Nicodemo la fe comienza a
cristalizar, y fortalecido como los apóstoles en la primera lectura, será capaz
de comenzar a afrontar la persecución, cargando con el rechazo del Consejo de
su pueblo. Superada la tentación del corazón, también su alma será puesta a
prueba cuando su fe llegue a permear toda su vida.
Este
será, pues, su tercer y definitivo encuentro con el Señor (Jn 19, 38-42), en el
que: «Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— fue con una
mezcla de mirra y áloe de unas cien libras.» Su amor a Cristo le hace servirlo
también con sus fuerzas, gastando sus bienes en treinta kilos de perfumes para
honrar su sepultura. Su fe se ha completado, y está preparado para “ver” la
irrupción del Reino de Dios en su corazón.
Por la fe, y mediante el agua del bautismo, será el Espíritu quien
moverá la vida del discípulo, llevándolo donde quiere, como al viento, ante la
mirada atónita del mundo que oye su voz, pero no discierne de dónde viene ni a
dónde va aquel que ha nacido de nuevo, tal como ocurre con Cristo: «¿De dónde
le viene a este esa sabiduría y esos milagros? ¿De dónde le viene todo eso? ¿No
es este el hijo del carpintero?»
El Reino de Dios se hace presente ahora para nosotros en la
Eucaristía, invitándonos a entrar en él.
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