San Vicente Mártir
Hb 7,
1-3.15-17; Mc 3, 1-6
En Valencia: Eclo 51, 1-12; Rm 8,
35.37-39; Mt 10, 17-22 ó Jn 12, 24-26
Queridos hermanos:
Recordamos hoy al
patrono de Valencia, el diácono Vicente (vencedor), llegado a la ciudad para
implantar con el testimonio de su sangre la fe de Cristo, que en el transcurso
de la historia ha fructificado abundantemente en santidad y cuyo fruto perdura
aún hoy, en estos “tiempos recios”, en los que nos toca a nosotros tomar el
testigo de una vida cristiana que siga siendo luz en medio de las tinieblas que
pretenden enseñorearse en nuestras vidas.
Hay persecuciones
porque sigue habiendo lobos, o gente seducida por el lobo, que suelen vestirse
con piel de oveja. No hay que provocar la persecución, sino actuar con
prudencia ante quienes engañan, con la astucia que saben utilizar los malos
para sus maldades. Con todo, la persecución no faltará. Dios, que la permite,
hará que produzca fruto mediante el testimonio del Espíritu, y sea un medio de
conversión para nosotros y para el mundo que no lo conoce o se ha apartado de
Él.
Como dice San Agustín:
Si el que nos parece el peor se convierte, puede llegar a ser el mejor; y si el
que nos parecía el mejor se pervierte será el peor. Nuestro trabajo es prestar
libremente y de buen grado nuestro cuerpo, y el fruto será Dios quien lo dé muy
por encima de nuestras capacidades. Él inspira a quien habla en su nombre y
convierte a quien escucha con un corazón recto.
El protomártir en
Valencia, Vicente, como Esteban, nos pone de manifiesto no solo la negación
real a los discípulos en aquel ambiente del rechazo a Cristo, sino su condición
frente al mundo, siempre en constante oposición a su misión: “Este está puesto
para caída y elevación de muchos en Israel. Señal de contradicción”. Esa es la condición
del cristiano y deberá serlo en cada generación, según la visión profética del
Señor: Si a mí me han perseguido, a vosotros os perseguirán. Yo, al elegiros,
os he sacado del mundo. “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado
primero, porque no han conocido ni al Padre ni a mí”.
Yo estaré con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo, y mi espíritu hablará por vosotros,
dándoos una sabiduría a la que no podrá contradecir ningún adversario vuestro;
también hablaré ante el Padre en defensa vuestra, mostrándole mis llagas gloriosas
que os purifican de todo pecado y de todo mal; os fortaleceré para que podáis
perseverar hasta el fin, en el testimonio que se os asignará para salvación del
mundo, y que os salva a vosotros desde ahora: Veréis el cielo abierto y al Hijo
del hombre en pie a la derecha del Padre.
Caridad y anuncio son
inseparables y se corresponden mutuamente: Cristo es el cumplimiento de las
profecías, al que tienden todas las Escrituras y la misma historia de la
salvación humana. Vicente recibe el Espíritu del Señor y junto a su sangre
ofrece a Dios el perdón de sus enemigos, como digno discípulo del Señor
crucificado por él.
Así se propagará su
testimonio precioso por el mundo romano, y llegará hasta nosotros, como dijo
Tertuliano: «Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por
vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla» (Apologético, 50,13). Con
la persecución hacemos presente al Señor, que nos acompaña siempre con su cruz,
levantada y gloriosa, desde su cuna hasta el sepulcro.
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