Lunes 1º del TO
Mc 1, 14-20
Queridos hermanos:
Ayer en el bautismo,
veíamos que, una vez recibido el Espíritu, Cristo comienza una vida nueva
centrada en la misión de dar testimonio de la llegada del Reino, llamando a sus
primeros discípulos. El Espíritu que condujo al Señor al desierto lo mueve
ahora a Galilea, al extremo de la Tierra Santa de Israel que se abre a los
gentiles, tierra de donde no sale ningún profeta, y donde prolifera la
violencia de zelotes y sicarios contra la opresión romana: “Al pueblo que
caminaba entre tinieblas y en sombras de muerte” va a brillarle “una gran luz”.
Allí, a la depresión más profunda de la tierra, ha querido descender Cristo, a
buscar a los pueblos en otro tiempo olvidados: tierra de Zabulón, tierra de
Neftalí, para iluminarlos, inundarlos con el gozo del Espíritu y liberarlos del
yugo y de la carga que los oprimía como a nosotros. Termina el tiempo del
ultraje demoníaco y comienza el tiempo de la honra perpetua: “Te escondí por un
instante mi rostro, pero con amor eterno te quiero, dice tu Redentor”.
Tres son los temas que
el Señor nos plantea hoy: El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca
y la conversión para acoger por la fe la Buena Noticia. El Reinado de Dios “ha
llegado” en Cristo, y “está cerca” para nosotros. Las promesas de Dios comienzan
a realizarse a través de un camino de maduración, después de haberse sembrado
como semilla, y haber sido acogida la Buena Noticia por la conversión y la fe,
que nos obtendrá el Espíritu Santo.
El Reinado de Dios ha
irrumpido con Cristo, invitándonos a salir de nuestras prisiones y a seguirle
en la implantación de su señorío en el corazón de los hombres, arrebatándolos
al mar de la muerte con el anzuelo de su cruz: «Venid conmigo, y os haré llegar
a ser pescadores de hombres.» Es el tiempo de la gracia de la conversión. La
ira y la condena del pecado se cambian en misericordia. Se anuncia la Buena
Noticia y comienza el tiempo del cumplimiento de las promesas y la realización
de las profecías.
Cristo viene a
clausurar la misión de Juan el Bautista llenando de contenido con la Palabra el
eco de la Voz, y a completar el bautismo de agua con el fuego del Espíritu
Santo. El amigo del novio da paso al Esposo y la novia exulta escuchándolo
llamar a su puerta: “Levántate, amada mía; mira que el invierno ya ha pasado,
la higuera echa sus yemas y el tiempo de las canciones ha llegado.”
Si la Antigua Alianza
prescindió del testimonio de los galileos, la Alianza Nueva y Eterna los
convierte en primicias para las naciones: Pedro, Andrés, Santiago y Juan,
seguidme, y cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os
sentaréis también vosotros a juzgar a las doce tribus de Israel.
Esta palabra es para
nosotros hoy, que también hemos sido llamados por nuestro nombre, para anunciar
el Nombre que está sobre todo nombre, y en este Nombre proclamar el juicio de
la misericordia a esta generación en tinieblas, para que brille para ellos la
gran luz del Evangelio y sean inundados del gozo de su amor.
Bajemos con el Señor a
Galilea a encontrarnos con Él, y que él mismo nos envíe a las naciones.
Recibamos el pan de su cuerpo y el vino de su sangre, para que nuestra entrega
sea la suya, y anunciando su muerte podamos proclamar su resurrección con la
nuestra, y glorifiquemos a Dios con nuestro cuerpo. Que mientras nosotros
muramos, el mundo reciba la vida, y que los gentiles bendigan a Dios por su
misericordia.
Que así sea.
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