Día 9 de enero después de Epifanía.
1Jn 4, 11-18; Mc 6, 45-52
Queridos hermanos:
Cristo ha comenzado su
ministerio en Galilea y hoy lo vemos manifestándose a sus discípulos como Señor
sobre el mar, figura de la muerte, y sobre la naturaleza, cuando los elementos
son contrarios. Los discípulos, que no han comprendido la multiplicación de los
panes, ante este nuevo signo, no son capaces de ir más allá del estupor. Su fe
está aún en ciernes ante un maestro que supera cuanto pueden esperar de Él. Los
encontraremos después, de nuevo, sobre la barca, cuando su fe haya sido
fundamentada, postrándose ante Él.
Paralelamente a su
predicación a las ovejas perdidas de la casa de Israel, el Señor va preparando
a sus discípulos para su misión universal en la que aparecerá constantemente la
muerte, con acontecimientos que superarán sus propias fuerzas y deberán acudir
al Señor, aparentemente ausente, y apoyarse en Él. Es el Señor quien permite en
nuestra vida el viento contrario para nuestro crecimiento en la fe. ¡Ánimo, que
soy yo; no temáis!
Los discípulos deben
aprender que cuando el mal se vuelve contra ellos, Cristo está cerca con el
poder de Dios, para guardarlos y llevarlos al puerto deseado y para calmar la
violencia del mal, pero, sobre todo, para resucitarlos venciendo el poder de la
muerte. Buscar al Señor en medio de la noche y de las adversidades de la vida y
avivar la conciencia de su presencia es una experiencia necesaria para el
discípulo fiel.
Esta travesía es figura
de la vida cristiana. Contra nuestro deseo hemos sido enfrentados al mar y al
viento para poder llegar a la otra orilla con Cristo, como dice Orígenes en su
comentario al Evangelio de san Mateo. Es necesario todo un camino de combate
contra el mar y el viento en el nombre de Cristo, confiando en su ayuda.
Frecuentemente, la
mente de los discípulos está cerrada como la de los judíos, y solamente cuando
reciban el Espíritu Santo recordarán y comprenderán los hechos y las palabras
del Señor, con el discernimiento del amor derramado en su corazón, del que habla
la primera lectura, y con la fortaleza necesaria para ponerlas en práctica
hasta el derramamiento de su sangre.
Con esta fe, los
discípulos invocarán al Señor, seguros de su auxilio, y le verán en medio de la
persecución y de todos los acontecimientos de la vida: ¡Es el Señor! ¿Hay
acaso algún acontecimiento que escape a la voluntad amorosa de Dios? Como dirá
san Pablo, para los que aman a Dios todo concurre para su bien.
Que así sea
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