Lunes 2º del TO (cf. dgo. 8 B; sab 13).
Mc 2,18-22
Queridos hermanos:
El Evangelio nos
presenta ya la alegría de las bodas con la presencia del novio y anuncia el
ayuno cristiano como actitud ante la ausencia del esposo, para excitar el deseo
de su presencia pascual. Uno es el ayuno en la expectación y otro en la
separación. Sin el consuelo del esposo, cualquier otro consuelo, si no es
ilícito, al menos es vano e impropio del amor, que recurre al ayuno.
La novedad del
encuentro con Cristo es incomprensible para los judíos que carecen de la
experiencia de la consolación del Espíritu ante la fragilidad de la carne y la
tensión de la concupiscencia.
Como Cristo, los
discípulos se someterán al combate del desierto, como testimonio de su total
sumisión de amor al Padre, que les lleva a dejarse conducir por el Espíritu
hasta la muerte y muerte de cruz en favor de los hombres.
Juan y sus discípulos,
como los judíos, viven la ausencia y excitan la espera de aquel que aún no han
conocido, aunque está en medio de ellos. En cambio, los discípulos de Cristo,
en plena efervescencia del vino nuevo que han degustado en el encuentro con
Cristo, gozan ahora de su presencia, y escandalizan a los judíos “piadosos”
(escándalo farisaico, por inexperiencia del gozo del Espíritu), que se dejan
llevar por la envidia, viendo la libertad y la alegría que los mueve. No pueden
comprender que haya comenzado el banquete de bodas en el que rebosa el vino
nuevo, y ellos sigan ignorantes y excluidos. Lo mismo ocurre con aquellos que,
aun siguiendo a Cristo, van cayendo en lo anodino de la rutina, mientras a su
alrededor surgen grupos llenos de la efervescencia del vino nuevo.
Cuando se separa de
ellos el esposo y parece ocultarse en las pruebas, los discípulos tienen la
consolación del Espíritu, y en medio de la separación, su recuerdo se hace
“memorial” perpetuo y gozoso, mientras dura la espera de su regreso,
relativizando la aflicción de su ayuno en una entrega amorosa que invoca al
Señor: ¡Retorna!, como la esposa del Cantar.
Privarse de alimento es
nada ante el quebranto que significa ser privados de la presencia del que aman,
cuya cercanía los unía al Padre, inflamándolos en la esperanza de la vida
eterna en la comunión fraterna.
Volver al sinsentido de una vida sin la
presencia física de Cristo es ciertamente el tremendo ayuno, solo soportable
por la consolación del Espíritu, que clama en lo profundo del corazón: ¡Abbá,
padre!
Sin Cristo y sin la
unción del Espíritu que centra la relación con Dios en el amor, tanto los
discípulos de los fariseos como los de Juan necesitan ejercitarse con
frecuencia en el combate contra la carne, en el que tiene su sentido el ayuno,
pero que no debe dejar de ser más que un medio para dar preponderancia al
espíritu. Hacer del ayuno un valor en sí mismo, un fin, y no un mero
instrumento al servicio del amor, es lo que lleva a los fariseos a criticar a
Cristo que come y bebe, y a sus discípulos que no ayunan. Ese es el valor que
da el mundo a las dietas y a las privaciones, a las que san Pablo alude cuando
dice a los filipenses, refiriéndose a los judíos: “su dios es el vientre” (Flp
3,19).
La aflicción del ayuno
tiene sentido solamente ante la ausencia del esposo, que conduce a la negación
de toda complacencia que pueda significar olvido, y a toda consolación,
alternativa de su ansiada presencia amorosa: “Si me olvido de ti, Jerusalén…”
El tiempo de la
expectación que gime y clama por la venida del Salvador ha terminado, y Juan se
goza con su presencia y transfiere sus discípulos al esperado de todas las
gentes, mientras él termina su carrera y se prepara a recibir la corona de
gloria que le espera.
Para san Pablo, la
comunidad cristiana es la esposa a la que él asiste como amigo del esposo,
contemplando en ella la acción del Espíritu de Dios.
En Cristo, el esposo
que ama, embellece y enriquece a su esposa con la dote de su Espíritu, nosotros
somos llamados a una relación de amor con Dios. Somos invitados a participar de
la alegría de la fiesta nupcial en su reino. La esposa es santificada por la
santidad del esposo, llevándola a la plenitud de su amor, y ella sale a su
encuentro en el desierto para escuchar su voz y dejarse seducir por él.
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