Sábado 2º Adviento
Eclo 48, 1-4.9-11; Mt 17, 10-13
Queridos hermanos:
Ante la inminencia de la venida del
Señor, acontecimiento trascendental para la historia de la humanidad, el Señor
ha ido preparando a su pueblo por medio de profetas, que le anuncian la llegada
de un precursor poderoso en obras y palabras, como lo fue Elías, que preparará
los corazones de los padres y de los hijos para acoger el Reino de Dios, que se
acerca, abriéndoles sus ojos, destapándoles sus oídos y ablandándoles su
corazón, mediante la conversión que les traerá la salud.
Rechazar a este profeta portador de la
gracia de la conversión para el pueblo, frustrará el plan de Dios sobre ellos,
impidiéndoles acoger al Señor (Lc 7, 30): Mirarán y no verán, oirán y no
escucharán, no se convertirán, y no serán salvados.
Así lo anunciaron los profetas diciendo que
la venida del Mesías sería día de tinieblas y oscuridad, (Jl 2, 2; So 1, 15)
purificación de la paja por el fuego. Esperanza para ciegos y cojos, para
publicanos y pecadores, pero para los que creen ver: ceguera y oscuridad. No reconociendo en Juan Bautista el espíritu
y el poder de Elías, tampoco reconocieron en Cristo el espíritu y el poder de
Dios. Lo mismo que fue rechazado Juan, lo será Cristo.
Si los profetas son rechazados, lo serán
igualmente las palabras del Señor. Un signo de la acogida de la predicación del
Evangelio es la acogida de quienes lo anuncian. Cristo envía a los discípulos,
de dos en dos, a asumir en su cuerpo la acogida o el rechazo de la paz, del
Reino, que anuncian proclamándolo cercano: “Quien
a vosotros os recibe, me recibe a mí, quien a vosotros os rechaza, me rechaza a
mí; y a aquel que me ha enviado”. Por eso, cuando digan las naciones: ¿cuándo
te acogimos o te rechazamos?, dirá el Señor: “Cuando lo hicisteis a uno de
estos mis hermanos más pequeños.”
Que así sea.
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