Lunes 2º de Adviento
(Is 35, 1-10; Lc 5, 17-26)
Queridos hermanos:
En esta palabra aparece la fe que Cristo percibe en aquellos hombres y también podemos presumir la caridad para con el enfermo de los que lo llevan y la intrepidez de su amistad, pero lo realmente importante es la acción de Cristo, que además es signo de la salvación definitiva, que es su misión. Siendo la fe que comparten “ellos”, la que obtiene al paralítico el perdón, podemos presumir que también compartan el perdón, que es la consecuencia de su fe. La curación es solamente el signo del poder de Cristo para salvar, como testimonio ante aquellos fariseos y doctores, del que deberán responder si lo rechazan.
Es importante destacar la “obra” que
realizan juntos de: “abrir el techo
encima de donde Él estaba,” y que el evangelista interpreta diciendo: “Viendo la fe de ellos”. Hay ocasiones
extremas, en las que la oración requiere pasar a la acción heroica de un amor,
por el que se niega uno a sí mismo en favor del otro; que no sólo implica
nuestra preocupación o nuestro tiempo, sino que incluso requiere involucrar
nuestro dolor o nuestra propia vida, como ha hecho Cristo por nosotros.
Por el pecado ha proliferado el mal
sobre la creación, que ha quedado sometida a la frustración y a la muerte. El
suelo ha quedado maldito, pero los profetas anuncian que la creación será
restaurada, cuando llegue la salvación de Dios, por el perdón de los pecados,
apareciendo sobre la tierra el nuevo paraíso que describe la primera lectura de
Isaías.
Estas son las “cosas admirables”
(increíbles) de las que habla el Evangelio, y que Cristo realiza, como signos
de que ha llegado el cumplimiento de las profecías; de que el Mesías ha
llegado, y con él, el perdón de los pecados. Los judíos deben discernir el
significado de los signos que Dios realiza por Cristo, y por eso les dice
Jesús: “Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra
poder de perdonar;” que el Reino de Dios ha llegado; que Dios mismo está con
nosotros. No tienen pues, excusa, quienes han recibido el testimonio que
Dios da con sus obras: “Las obras que realizo dan testimonio de mí,” dirá
Cristo. Por eso la creación puede ser liberada de la muerte,
consecuencia del pecado, o como en este caso, de la enfermedad de la parálisis.
La muerte ha sido vencida y el mal debe
retroceder ante la fe que salva a quien acoge a Cristo; él es la salvación de
Dios. Cuando Cristo ve esa fe en los hombres, puede testificar el perdón de los
pecados y la curación, que es una añadidura y un testimonio, que hace
responsables a cuantos lo reciben y a cuantos lo contemplan; en aquel caso, a las
ovejas perdidas de la casa de Israel a las que el Señor fue enviado y hoy a
nosotros, a quienes se da esta palabra.
Hoy también mediante el testimonio de la
palabra, se hace presente la salvación para todo el que cree. Esta es la fe que
expresamos en la Eucaristía cuando decimos ¡amén! a Cristo y a su entrega por
nosotros: a su muerte, y a su resurrección.
¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección! ¡Ven, Señor!
Que así sea.
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