Tercera feria mayor de Adviento. “Oh renuevo del tronco de Jesé”
(cf. San Juan Bta.)
(Jc 13, 2-7.24-25; Lc 1, 5-25)
Queridos hermanos:
En
esta tercera feria mayor del Adviento, la palabra nos hace reflexionar sobre la
iniciativa, la elección y el poder de Dios para salvar, sin detenernos a
considerar la acción misma de salvación. “Dios es favorable”, y ese será el
nombre de Juan, llamado a encarnar el kairós por excelencia de la historia.
Será el mensajero del “Año de gracia del Señor”. Hijo de Zacarías (Recuerdo del
Señor) y de Isabel (Descanso), hijo de padres justos y él mismo, lleno de
Espíritu Santo ya desde el seno materno.
Como
signo de que va a sacar vida de la muerte, Dios elige a través de la historia a
mujeres estériles incapaces de dar vida, que nos hacen presente su
intervención; que Él es la vida y para Él no hay nada imposible. La Escritura
está llena de estériles fecundas: Sara, Rebeca, Raquel, la madre de Sansón, Ana
e Isabel, que nos muestran su elección por parte de Dios. El fruto de sus
entrañas será solo obra del poder de Dios, cuyo designio es comunicado
generalmente por el anuncio del enviado, que deberá ser acogido por la fe:
“concebirás y darás a luz un hijo”. En el caso de María, su infecundidad será
fruto de su virginidad y no de defecto físico alguno, inaceptable en la
maternidad del sumo bien, bondad y belleza en Cristo.
Es
sorprendente la “incredulidad” de Zacarías, de quien la Escritura afirma su
justicia y el caminar sin tacha ante Dios. También en el Evangelio vemos a los
apóstoles dudar aun viendo a Cristo resucitado. San Lucas dice: “A causa de la
alegría” (Lc 24, 41). El problema en Zacarías puede ser el de mirarse a sí
mismo frente a la magnitud del acontecimiento, y sorprenderse de la gratuidad y
la magnanimidad de Dios para elegir a alguien tan insignificante, hasta el
punto de hacerle dudar. Sería una incredulidad motivada por considerar su
indignidad, y no una duda del poder de Dios. De cualquier forma, lo que sí
podemos deducir del acontecimiento es que, aun en gracias tan grandes, Dios
respeta nuestra libertad sin imponerse ni condicionar nuestra razón de forma
absoluta.
Dios
elige desde el seno materno y aún antes, y provee lo necesario para la
realización de su plan sin someterse a criterios humanos de valor; nos conoce
desde antes de ser formados en las entrañas, y arrastra con la fuerza de su
Espíritu a sus elegidos para la misión. Juan hará posible la reconciliación
entre padres e hijos, para que, dejando toda rebeldía, adquieran la prudencia
de los justos a la espera del Señor.
La
salvación de Dios deberá ser acogida por la fe, por lo que es necesario un
corazón bien dispuesto por la conversión. A eso va encaminada toda la
predicación de Juan, y ahora de la Iglesia, a través de la liturgia,
sirviéndonos la Palabra y la exhortación que nos disponga a la acogida del
Señor como centro de nuestra vida.
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario