Segunda feria mayor de Adviento, "Oh Adonai"

Segunda feria mayor de Adviento “Oh Adonai”

(Jer 23, 5-8; Mt 1, 18-24)

Queridos hermanos:

          Hoy la palabra sigue presentándonos a Jesús, que no solo es hombre verdadero, sino además que su humanidad fue engendrada en el seno de la Virgen María, como lo fue su divinidad en el seno del Padre. Verdadero Hijo de Dios en sus dos naturalezas y verdadero Hijo de María, engendrado en ella por Dios. En orden a nosotros, Cristo se nos presenta hoy como Emmanuel y Jesús; prójimo y salvador nuestro. Dios cercano y misericordioso.

Toda paternidad procede de Dios, de quien toma origen toda vida, y es Él quien la participa a los hombres para el cumplimiento de una misión. La paternidad biológica no agota el contenido de la paternidad ni puede arrogarse la exclusividad en su significado. En la misión de reconocer, nutrir, educar y proteger a los hijos, esta paternidad debe ser perfeccionada para ser realmente tal. Su misión concluye solamente cuando el niño Jesús da muestras de que su iniciación en la fe ha sido completada: «¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Jesús ha reconocido al Padre, y José desaparece definitivamente de la Escritura.

San José es investido por Dios como padre “legítimo” según la ley, más que putativo, de Cristo, en todo salvo en su generación, que le fue revelada a través del anuncio del ángel. E imponiendo su nombre a Cristo, proveyendo lo necesario para su maduración humana, educándolo en la fe y en el conocimiento del Padre y de las Escrituras, y rodeándolo de los cuidados necesarios, ha ejercido realmente la paternidad que le fue confiada.

Pero antes de que le fuera confirmada su misión, José tuvo que pasar la prueba de la fe como Abrahán y como Cristo mismo ante la cruz. José tiene su porción de Moria y su Getsemaní de angustia ante un acontecimiento que no puede resolver razonablemente, pero ante el que debe decidir; solo entonces, Dios abrirá para él “el mar” y proveerá “el cordero”: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.»

A nosotros también se nos confía por la fe en Cristo una maternidad, una fraternidad y en cierto sentido también una paternidad que ejercer en bien de aquellos que nos son encomendados. También tendremos la prueba purificadora de la fe ante la misión, porque: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.» «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»

Tanto la maternidad de María como la paternidad de José dependen de la acogida de una palabra vocacional del Señor. Así también en nosotros, como dice Jesús en el Evangelio: “El que escucha la palabra de Dios y la cumple, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.

Así sea.

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