Sagrado Corazón de Jesús C
Ez 34,
11-16 ; Rm 5, 5-11; Lc 15, 3-7
Queridos hermanos:
Celebramos hoy esta solemnidad del
Sagrado Corazón de Jesús. El Sagrado Corazón de Jesús es un símbolo muy
importante en la fe. Representa el amor y la compasión divina de Cristo hacia
la humanidad, siendo un recordatorio de su sacrificio de amor por todos.
Históricamente, ha sido una devoción popular, promovida por visiones como las
que tuvo Santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVII, enfatizando la
importancia de la Eucaristía y la reparación por los pecados. La fiesta se
celebra el viernes después del Corpus Christi y es el momento clave para esta
devoción.
En el Evangelio de Mateo se refleja la
invitación de Jesús a encontrar descanso y consuelo en Él. Es una llamada
profunda a la confianza y a la fe, ofreciendo alivio a quienes se sientan
sobrecargados por las dificultades de la vida.
Es una invitación poderosa a encontrar
paz en medio de las pruebas, y refleja la compasión y el amor incondicional que
el Señor ofrecía a todos, invitando a hallar guía y descanso en la humildad y
mansedumbre de su corazón. Nos anima al sosiego a través de su humildad y
mansedumbre, y a aprender de su ejemplo de amor.
Aunque se tienen noticias de esta
devoción desde la Edad Media (siglo XII), y más tarde con los misioneros
jesuitas y San Juan Eudes, no es hasta 1690 cuando comienza a difundirse con
fuerza, a raíz de las revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque.
Clemente XIII, en 1765, permite a los
obispos polacos establecer la fiesta en esta fecha, el viernes siguiente a la
octava de Corpus Christi; pero será Pío IX, en 1856, quien la extienda a toda
la Iglesia. Después, León XIII consagrará al Corazón de Jesús todo el género
humano. Pío XII, el 15 de mayo de 1956, publica su encíclica Haurietis Aquas,
sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
En esta solemnidad, la liturgia de la
Iglesia nos lleva a contemplar el amor misericordioso de Cristo, Buen Pastor,
que por nosotros ha dejado a las noventa y nueve en el cielo y ha venido a
buscarnos; amor por el que ha padecido la pasión, derramando su sangre, y por
el que su costado fue traspasado por la lanza del soldado, manando sangre y
agua. Los Padres han visto en esto una figura de los sacramentos de la
Eucaristía y del Bautismo, que fundan la Iglesia y la sostienen en medio de las
dificultades de la vida cristiana.
La clave de lectura de toda la creación,
de toda la historia de la salvación y de la redención realizada por Cristo es
el amor de Dios. Pero el amor no es una cosa meliflua, sino la donación y la
entrega que lo hacen visible en la cruz de Cristo, por la que el Buen Pastor
sale en busca de la oveja perdida: “Mi alma está angustiada hasta el punto de
morir”; esto es: “¡Muero de tristeza y de angustia por ti!”. Esas son palabras
de amor en la boca de Cristo, que se hacen realidad en su entrega.
La Eucaristía viene a introducirnos en
este corazón abierto de Cristo, que nos baña con su amor, haciéndonos un solo
espíritu con Él.
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