Miércoles 11º del TO
2Co
9, 6-11; o 2R 2, 1.6-14; Mt 6, 1-6.16-18.
Queridos hermanos:
A la limosna, la oración y el ayuno, el Señor los llama
“vuestra justicia”. La Palabra nos invita a mirar el interior de nuestro
corazón para disponerlo a la relación de amor con el Señor en la humildad,
purificándolo de la omnipresente vanagloria y de todo afecto desordenado —de
uno mismo y de las creaturas—, y disponiéndolo a la comunión con los hermanos a
través de la misericordia.
Lo importante no son las penitencias en sí, ni nuestra
pureza, sino la unión con el Señor a la que nos dispone “nuestra justicia”; lo
importante es que nuestro encuentro con el Señor sea profundo y no superficial
o vano. Por eso, la preparación tiene el triple camino del que habla el
Evangelio: entrar en nuestro interior dominando la carne, ayudados por el
ayuno, y así disponer el corazón en la doble dimensión del amor: a Dios,
mediante la oración, y a los hermanos, mediante la limosna.
La ceniza con la que iniciamos cada año la preparación
cuaresmal resume, en un signo, la actitud de humildad que, reconociendo la
propia precariedad, se abre a la misericordia de Dios acogiendo el Evangelio. El
fuego del amor que el Señor ha encendido en nuestro corazón, cubrámoslo con la
ceniza de la humildad para que no se apague, añadiéndole la leña de las buenas
obras, como dice san Juan de Ávila.
La Palabra de hoy nos presenta los caminos de la
conversión al amor de Dios y de los hermanos, que comienzan negándonos a
nosotros mismos para vaciarnos de nuestro yo.
Nuestra vida se proyecta hacia la bienaventuranza
celeste, consumación de nuestra gozosa esperanza de comunión. Los israelitas en
Egipto celebraron el paso del Señor y, con él, hicieron Pascua: de la
esclavitud a la libertad. Comenzaba para ellos el desasimiento de los ídolos
para preparar sus esponsales con Dios. Su alianza con el Señor los constituía
en pueblo de su propiedad y estrechaba los lazos que los unían entre sí en una
fe común.
Cristo realizó su Pascua al Padre a través de la cruz,
arrastrando consigo a un pueblo sacado de la esclavitud del pecado y unido por
la comunión en un solo Espíritu. Y nosotros somos llamados a unirnos a Él en su
pueblo, mientras caminamos hacia nuestra Pascua definitiva, de pascua en
pascua, en la celebración de la Eucaristía.
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