Martes 13º del TO
Mt 8, 23-27
Queridos hermanos:
Esta palabra del Evangelio está cargada
de simbolismo y enseñanza, en primer lugar para los discípulos y también para
todos nosotros: el mar, sinuosa imagen de la muerte; el temporal, figura de la
persecución y la tribulación —y que, en Jonás, es Dios mismo quien lo suscita—;
el miedo a la muerte, secuela del pecado y signo de “lo viejo”; el temor de
Dios, “lo nuevo” de la fe; el sueño de Cristo en medio de la travesía, imagen
de su muerte; y el despertar, anuncio de su resurrección. Marcos y Lucas hablan
de pasar a la otra orilla, a la que Cristo va a conducir a la humanidad entera.
En Mc 4,38, el aparente desinterés del Señor se hace ausencia vigilante y
provisora.
Cristo va a introducir a los discípulos
en el mar y la noche para que tengan el encuentro personal de la fe, única
respuesta ante la muerte —por la que todo hombre debe pasar y que se levanta de
improviso ante él—. Cristo está invitando a los discípulos a enfrentar la
muerte junto a Él, en apariencia ausente y desinteresado ante sus vicisitudes,
y salir indemnes invocando su Nombre. Ante ellos se extiende el mar que es
necesario atravesar para constatar que Dios le ha asignado un límite, en donde
se desvanece su poder. Con Cristo, la humanidad no perecerá en el mar, sino
que, tras un tiempo de tribulación, lo atravesará a salvo, asida a la mano del
Señor, tendida a quien lo invoca.
En medio de este mar, los discípulos van
a experimentar de forma insuperable el miedo a la muerte, signo de “lo viejo”,
de la condición humana que los hace esclavos del diablo, de por vida (cf. Hb
2,14s). ¿Dónde está vuestra fe? ¿Aún no es “todo nuevo” para vosotros en mí,
como dirá san Pablo? (2Co 5,17). ¿Dónde está vuestra respuesta a la muerte?
¿Aún no comprendéis que está con vosotros la resurrección y la vida? (Jn
11,25). “Claro que me importa que perezcáis” —viene a decir el Señor—, “y por
eso tendré que dormirme entrando en el seno de la muerte, para vencerla al
despertar”. Lo que me preocupa es que tengáis miedo de perecer estando yo con
vosotros y no seáis capaces de confiar plenamente en Dios, abandonándoos en sus
manos. Esta experiencia de los discípulos será vital cuando tengan que
enfrentar la muerte y Cristo parezca ausente. Tendrán que ser testigos de la
victoria de Cristo y hacerlo presente invocando su Nombre. Su fe deberá crecer
hasta llegar a aquella otra tempestad de la que habla el Evangelio, en la que,
sin preguntar “¿Quién es éste?”, se postrarán ante Él.
También nosotros necesitamos hacer
nuestra la experiencia de los discípulos: que el viento y el mar obedecen a
aquel que nos ha prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo, de forma
que no perezca ni un cabello de nuestra cabeza y, con nuestra perseverancia,
salvemos nuestras almas (cf. Lc 21,18-19).
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario