La Epifanía del Señor

La Epifanía del Señor

Is 60, 1-6¸ Ef 3, 2-3a.5-6; Mt 2, 1-12

Queridos hermanos:

La Iglesia, desde sus primeros tiempos, en este episodio de la adoración de los Magos del Evangelio según san Mateo, ha querido dar fecha y festejar, la manifestación del Misterio escondido durante siglos y revelado ahora, por el que hemos conocido el amoroso designio de Dios, de llamar a todos los pueblos a su heredad. Esta amorosa “epifanía” de su luz, no podía situarse en mejor fecha que la del Solsticio de Invierno, en que se celebraba al “Sol Invencible”, así que se adoptó el 25 de diciembre para conmemorar la Navidad.

Celebrada en Egipto el 6 de enero, antes de que se fijara la Navidad, esta fiesta aparece en Roma, a partir de la segunda mitad del siglo IV, pero no es hasta el siglo VI, que a los Magos del Evangelio, se les da el título de Reyes, sin duda aludiendo a los textos de los que habla la Escritura: “Reyes serán tus tutores, y sus princesas, nodrizas tuyas. Rostro en tierra se postrarán ante ti (Is 49, 23). Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen llevando oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor. Te nutrirás con la leche de las naciones, con las riquezas de los reyes serás amamantada, y sabrás que yo soy el Señor, tu Salvador, y el que rescata, el Fuerte de Jacob (Is 60, 6.16). Los reyes de Tarsis y las islas  traerán consigo tributo.  Los reyes de Sabá y de Seba todos pagarán impuestos (Sal 72, 10). Las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra irán a llevarle su esplendor (Ap 21, 24).

Los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecerán sólo en el siglo XI, y más tarde aún, en el siglo siguiente, el emperador Barbarroja trasladará el cofre de sus reliquias, desde Milán a Colonia, en donde se veneran en la actualidad.

Esta es la fiesta de la “manifestación” de Dios y la adoración de las naciones representadas por los “reyes magos” que le rinden tributo. La tradición litúrgica reúne y contempla en esta fiesta, también la manifestación de Cristo por la palabra del Padre en el bautismo del Señor, y también la que hace Cristo mismo en las bodas de Caná, al realizar su primer signo.

En Cristo, Dios se ha hecho hombre, prójimo nuestro; amarle, es amar a Dios y al prójimo a la vez. La adoración fruto del amor, implica todo el ser: corazón, alma y fuerzas, porque el hombre no puede ofrecer lo que Dios se merece, y así debe ofrecerse a sí mismo íntegramente, todo su ser, con el desprecio de los ídolos: el oro de sus bienes, de su trabajo, y de sus fuerzas; el incienso de su alma, y de su vida, y la mirra  de su corazón. Ese es el culto perfecto del hombre a Dios: su entrega total; el obsequio de su mente y de su voluntad en adoración de amor.

La luz que brilló a los pastores, llega ahora a todos los pueblos de la tierra, representados por estos magos, sabios, astrónomos, o reyes, (al parecer persas) a los que deslumbró la evangelizadora estrella del oriente, indicándoles el camino hacia el verdadero “Sol invencible” que nace del cielo, y desvanece toda sombra de oscuridad y de tinieblas; sol que no tramonta y al que nada puede eclipsar.

A su luz somos acogidos todos los que en otro tiempo vivimos en oscuridad y sombra de muerte. Ante él deponemos con los Reyes Magos, los ídolos del mundo que en otro tiempo fueron nuestro apoyo: el oro de nuestros desvelos; el incienso de nuestro sometimiento y nuestra pleitesía; y la mirra de nuestra huida del sufrimiento, espectro de nuestra muerte profunda y sin remedio (cf. Ge 2, 17).

Qué necesaria es hoy María, estrella para nosotros y para tantos pretendidos e ilustrados sabios y gobernantes, a los que la ceguera hace temer o despreciar la luz que manifiesta la perversidad de sus obras. Con Herodes, el nuevo faraón, brilla una vez más el misterio de la cruz de Cristo, perseguido y rechazado en tantos inocentes, generación tras generación. Con esta luz, nos llega el baño santificador del Espíritu y el vino nuevo del Amor, que viene a iluminar y alegrar nuestra aguada existencia.

Proclamemos juntos nuestra fe.                                                                                                                                                                  www.jesusbayarri.com

 

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