Viernes 2º del TO
Mc 3, 13-19
Queridos hermanos:
El Señor eligió a los apóstoles de entre sus discípulos, después de una noche de oración, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar. Como columnas de la Iglesia, los apóstoles serán los primeros testigos del Evangelio en Judea, y después en todo el mundo.
Mientras
manda callar a los espíritus malignos, a los apóstoles les manda predicar. Dice
el Evangelio que acudieron muchos de la región de Tiro y Sidón, como primicia
de los gentiles a los que ellos deberían congregar. La tradición los considera
mártires, y el Apocalipsis los coloca como fundamentos de la muralla de la Nueva
Jerusalén.
También
nosotros que hemos sido asociados al ministerio de los apóstoles, somos llamados
a estar con el Señor donde se encuentre: En los pobres, en los enfermos, en la
liturgia, en el cielo con la oración, y con los pecadores, pero no donde pecan,
sino donde acuden a curarse: en el perdón.
El
número doce hace presente al pueblo de Dios, depositario de las promesas, y la
continuidad de las bendiciones dadas a Abrahán y su descendencia, en las que
serían bendecidas todas las naciones de generación en generación. Cristo,
retoño de David, perpetúa la realeza y la elección de Israel que se abre a los
gentiles a través de la misión de predicar comunicada a los denominados
“apóstoles”; nombre nuevo para la vida nueva que recibida del Espíritu Santo,
los envía a iluminar al mundo y salar la tierra, para la “regeneración” de la
creación entera.
Heraldos
del Evangelio y maestros de las naciones hasta los confines del mundo, lo
sumergirán en las aguas de vida eterna que brotan del costado de Cristo y
sacian la sed sempiterna de la humanidad redimida.
Fundamentos
de las celestiales puertas que conducen a la salvación en la celestial ciudad
dorada de los elegidos y esposa del Cordero degollado que la ilumina y en la
que sus hijos son consolados con consolación eterna.
¡Oh!
apóstoles de Cristo glorificados por el testimonio de su sangre derramada como
la de Cristo, de la que se nutrieron y con la que abrevaron a todos los pueblos
para la vida eterna.
Pedro,
Andrés, Santiago y Juan; Felipe, Mateo, Bartolomé y Tadeo; Santiago el de
Alfeo, Tomás, Simón el Cananeo y Matías, que fue elegido en lugar de Judas, que
entregó a Jesús.
Unámonos
a ellos en bendición, exaltación, glorificación y acción de gracias al Padre
que nos dio a su Hijo como propiciación por nuestros pecados y lo resucitó para
nuestra justificación. A Él la gloria, el poder, el honor y la alabanza, por
los siglos de los siglos.
Que así sea.
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