Domingo 4º del TO B
(Dt 18, 15-20; 1Co 7, 32-35; Mc 1,
21-28)
Queridos hermanos:
El Señor ama al hombre y quiere relacionarse con él para que tenga vida, porque sabe que sólo él es nuestro bien. En el Sinaí el pueblo se aterrorizó ante la majestad numinosa de la cercanía de Dios, por eso, Dios hablará en adelante por medio de los profetas, a la espera del Profeta por excelencia, en el que Dios ocultará su majestad en un hombre como nosotros; él será su elegido, su siervo, su predilecto en quien se complace su alma.
Dios
da testimonio de este profeta en el Tabor, invitando a escuchar a Cristo, su
Hijo. Él, desde una nueva montaña, proclamará la nueva ley de la vida que
recibirá el pueblo, a través del Espíritu que les será dado. “Habéis oído que se dijo…pues yo os digo.”
Será poderoso en palabras y obras y ante él retrocederá el mal porque vencerá
al que se hizo fuerte con nuestra desobediencia.
Cristo
muestra su autoridad y su fortaleza con los espíritus del mal y los expulsa, mientras
usa de misericordia y compasión con los pecadores y los enfermos, encarnando el
“año de gracia del Señor”; el verdadero sábado en el que hay que hacer el bien
y no el mal; el sábado en el que Dios gobierna el universo haciendo justicia a
los oprimidos por el diablo. El espíritu inmundo, del Evangelio, mentiroso y
padre de la mentira, trata en vano de resistirse porque aún no es el tiempo de
su derrota definitiva, pero su reconocimiento de Cristo no le da acceso a la
virtud de su Nombre para ser salvo, porque la invocación del Nombre de Cristo es
siempre ruina para el diablo, carente de la caridad que salva, como dijo san
Agustín (Ciudad de Dios libro 9, cc. 20-21).
Nosotros
sabemos cuál es esta doctrina, la autoridad, y el poder que puede curar
nuestras miserias e impurezas si nos acogemos a Cristo e invocamos su Nombre,
ya que él se ha acercado a nosotros lleno de misericordia, ofreciéndonos su
palabra, su cuerpo y su sangre para que tengamos vida: “Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo
invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han
oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son
enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian
el bien!” (Rm 10, 13-15).
Proclamemos juntos nuestra fe.
Buen día padre, qué hace un hombre con espíritu inmundo en la sinagoga?
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