La Conversión de san Pablo
Hch 22, 3-16 ó
Hch 9, 1-22; Mc 16, 15-18
Queridos hermanos:
En esta fiesta de la conversión del apóstol Pablo, la liturgia de la palabra nos presenta en la primera lectura, la descripción de la gracia tumbativa concedida a Saulo de Tarso, para constituirlo en anunciador del Evangelio a todo el occidente, abriéndose al mundo griego y a la diáspora judía. Puede sorprendernos como a Ananías la elección del Señor, y la inmensidad de la gracia que le fue dada, pero también las pruebas que le esperaban en la misión eran enormes.
Tanto en la elección, como en los envíos de los doce y los
setenta y dos discípulos, la predicación del Evangelio es fundamental. San
Pablo dirá: “Sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la
esperanza del Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda creatura
bajo el cielo (Col 1, 23); san Marcos dirá que: “Es preciso que sea
proclamada la Buena Nueva a todas las naciones (Mc 13, 10); san Lucas en
los Hechos: “Recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre
vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y
Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8), o como dice Mateo
(Mt 28, 18-20): “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo.”
La urgencia y la necesidad del anuncio
del Evangelio sólo se pueden comprender si somos conscientes, de que por la
acogida del Kerigma se actúa la salvación, mediante la fe, que nos alcanza el
Espíritu Santo. La predicación del Evangelio no está finalizada a la mente, o a
la instrucción, sino a la regeneración de toda la creación.
La creación, en efecto fue sometida a
la frustración por la muerte consecuencia del pecado, y ha sido vaciada
de su sentido instrumental para la realización del plan de Dios. La humanidad
finalizada a la gloria, quedó impedida para la comunión con Dios, y las
tinieblas volvían de nuevo a cernirse sobre el mundo. San Pablo dice que la
creación gime con dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de
Dios.
Cristo resucitado ha recibido todo poder y en su nombre
obedecen el cielo y la tierra; el mal y la muerte retroceden ante el Evangelio
de la gracia de Dios, que se convierte en paradigma de salvación para aquel que
se abre a su acción, por la fe: “Curad enfermos, resucitad muertos,
purificad leprosos, expulsad demonios. Los
que crean “hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y
aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y
se pondrán bien.”
San Pablo es instrumento de elección
para la propagación del Evangelio. Hoy conmemoramos que esta gracia de Dios
enviada a su Iglesia, para la propagación de su salvación al mundo entero, no
ha sido estéril en san Pablo, y bendecimos por él al Señor.
Que así sea.
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