Miércoles 4º del TO

Miércoles 4º del TO 

Mc 6, 1-6

Queridos hermanos:

          La palabra de hoy nos sitúa ante dos problemas a los que se enfrenta la razón del hombre frente a la fe: el escándalo de la encarnación, y el proyectar en Dios nuestras expectativas. El primero consiste en aceptar que nuestra relación con Dios tenga que pasar por la mediación de hombres como nosotros. Problema por tanto de humildad, a la que se resiste el orgullo humano.

          Israel rechaza que Dios haya querido encarnarse en “el hijo del carpintero”, como ha rechazado siempre a los profetas que independientemente de la jerarquía les llamaban a conversión; que el Mesías no venga de la casta sacerdotal, sino de Galilea,

          El peligro está en creer que servimos al Señor, cuando en realidad sólo obedecemos a nuestra propia razón, es decir, a nosotros mismos, a aquello que podemos comprender, que nos parece bien. El hombre debe discernir los caminos de Dios y acudir allí donde sopla el Espíritu. Servir a Dios pasa por el entrar tantas veces en el absurdo de la cruz, ante el que nuestra razón se revela. La fe es precisamente la entrega a Dios de nuestra mente y nuestra voluntad.

          Dios ha querido siempre manifestarse a través de sus enviados, hombres a los que inspira por medio de su Espíritu, hasta que en Cristo, su presencia en el hombre se hace total y definitiva por medio de su Hijo.

Es Dios quien elige cómo, cuándo, y a través de quién desea manifestarse. Elige, fortalece y envía: « Quien os acoge, me acoge a mí, y quien me acoge a mí, acoge a aquel que me ha enviado. »

          Dios, ante las necesidades concretas de su Iglesia, suscita dones y carismas que la edifiquen y la purifiquen; y aunque las instituciones eclesiales y las normas son obra suya, llama y envía en ocasiones a un irregular (carismático) en su nombre, como hacía con los profetas. En toda la historia de la Iglesia se da también esta dialéctica entre Institución y Carisma, como se dio en el Antiguo Testamento: Moisés y Aarón, Esdras y Nehemías, etc. En el N.T.: Pedro y Pablo. El paradigma, es una vez más Cristo, a quien Dios suscita del pueblo, sin pertenecer a la casta sacerdotal ni a la jerarquía: “El hijo del carpintero”; el hijo de María. 

          La jerarquía tiene la responsabilidad de discernir y después acoger, los dones y carismas de Dios, por lo que necesita estar siempre vigilante y en comunión con la voluntad de Dios a través de su Espíritu. San Lucas en su Evangelio nos presenta un ejemplo claro de esta responsabilidad, cuando dice que fariseos y legistas, al no acoger el bautismo de Juan, frustraron el plan de Dios sobre ellos (cf. Lc 7, 30).

          Al igual que en la encarnación del Hijo de Dios en la debilidad humana, al hombre le cuesta siempre aceptar a Dios en sus enviados; se escandaliza mostrándose duro de corazón. Estamos dispuestos a ser deslumbrados por el poder de Dios, pero no a que venga envuelto en la debilidad humana. Israel dijo: Dios sí, pero Cristo, no. En el mundo se dice: Cristo sí, pero la Iglesia, no; el cura sí, pero el catequista, no; el catequista sí, pero el laico, no. El problema de la encarnación golpea el orgullo humano que, se resiste a humillarse ante otro hombre. Pretendemos que Dios se nos imponga con su poder o autoridad, pero Dios es fiel al don de la libertad, que nos ha dado para que amemos.

          En ocasiones también el enviado, como san Pablo, se queja de tener que cargar con su debilidad en la misión, porque se le relativizan sus dones. Dios es grande en la debilidad. Eso debe bastarle. Así, la fe brilla en la libertad y en la humildad del hombre, sin que Dios se le imponga con su poder.

          Para dar el salto a la fe, el hombre debe responder a la pregunta del Evangelio: « ¿De dónde le viene esto? », pero eso, supone reconocer la presencia de Dios en el hombre, y por tanto obedecerle, por lo que con frecuencia el hombre se niega a responder a la pregunta, y al quedar al margen de la fe, el poder de Dios queda frustrado por nuestra libertad, como se dice de Jesús en el Evangelio: «Y no podía hacer allí ningún milagro».

          El profeta hace presente a Dios, y a los que están fuera de su voluntad, les recuerda su desvarío tan sólo con su presencia. Si se obstinan neciamente en su maldad, tendrán que responder ante Dios; pero a la vez, se les ofrece la gracia de arrepentirse y vivir.

          Cristo con su presencia hace presente la misericordia de Dios y su juicio como dijo el anciano Simeón: « Éste está puesto para caída y elevación de muchos; signo de contradicción».

          El segundo problema, es quizá más grave, y consiste en reducir la inmensidad del plan amoroso de Dios, al que nuestra carne y nuestra pequeña razón son capaces de forjar. Israel, no sólo tiene dificultad en aceptar al Mesías concreto elegido por Dios, sino sobre todo, rechaza la salvación concreta que Cristo se apresta a realizar: Mientras las expectativas del pueblo se centran en que Dios remedie la situación de postración, de explotación, y de sometimiento a la injusticia y la corrupción de Roma, se encuentra frente al “año de gracia del Señor”, ante el que, en primer lugar, el pueblo mismo debe convertirse de la perversidad de sus pecados y poner su corazón en Dios. El mismo Juan Bautista, se ve arrollado por el torrente inaudito de la misericordia divina que le deja perplejo. Nadie puede parapetarse en su pretendida justicia de ser hijo de Abrahán, ni en su privilegio de pueblo elegido, rechazando la gracia y la misericordia que le son ofrecidas gratuitamente de parte de Dios. La venganza y la justicia que esperan sobre sus enemigos exteriores, lo será de la opresión del pecado y del diablo, que Cristo asumirá en sí mismo, ofreciéndose por todos los hombres en la cruz: “No me quitan la vida, la doy yo voluntariamente.”

          Este es el sacramento de nuestra fe, decimos en la Eucaristía: Cristo que se entrega a la voluntad del Padre que le presenta la cruz. A esta entrega de Cristo nos unimos nosotros en la comunión eucarística. Hoy somos invitados a este sacrificio, sacramento de nuestra fe que es vida eterna para los que apoyan su vida en Dios.

           Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

 

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