Lunes 3º del TO (cf. viernes 27)
Mc 3, 22-30
Queridos hermanos:
La palabra nos habla del espíritu de Cristo que no ha venido a juzgar sino a perdonar y salvar derribando a Satanás de la altura a la que nuestros pecados lo habían encumbrado. En este Evangelio los escribas le acusan de estar endemoniado, por su autoridad sobre los demonios, y hacen ineficaz la salvación de Dios en ellos, por su ceguera para reconocer al Espíritu en él; por la dureza de su corazón que les hace rechazar a Dios.
Frente a Cristo, toda
la realidad se divide en dos: O con Cristo o contra él. Toda la historia y toda
la creación tienden por tanto al encuentro con él, constituido como puerta,
camino y meta de la existencia hacia la bienaventuranza eterna. Frente a la
realidad del mundo sometido a Satanás, y a la muerte por el pecado, la vida de
Dios se ofrece gratuitamente al hombre por medio de Cristo, que nos rescata por
su cruz. Quien se queja de la radicalidad del Evangelio es siempre el “tibio”,
del que dice el libro del Apocalipsis, que será vomitado.
Los judíos del Evangelio acusan al
Señor de estar endemoniado. Su ceguera les impide reconocer en Cristo al
Espíritu, a quien llamamos: “Dedo de la diestra del Padre” (Digitus paternae
dexterae), ya que por Él, Dios hace sus obras, de forma semejante a como el
hombre se vale de sus manos para realizar las suyas; así la dureza de su
corazón les hace rechazar a Dios, atribuyendo sus obras al diablo; verdadera
blasfemia contra el Espíritu Santo. De nuevo se requiere el discernimiento que
da el amor a Dios.
Si lo propio del
demonio es la maldad y no la bondad, dañar, no curar, cómo va a dedicarse a
hacer el bien, librando a los hombres de su poder. Jesús dirá: ¿También el
poder de curar de mis discípulos y de vuestros hermanos e hijos, es diabólico?
Pues si no lo es, ellos os juzgarán por vuestra incredulidad y falsedad. Necesitamos
tener discernimiento, para que nuestros juicios no se vuelvan contra nosotros y
nos condenen por no haber acogido la salvación gratuita de Dios que se nos
ofrece con Cristo.
Sólo quien es más
fuerte que el diablo puede vencerlo y expulsarlo, despojándolo de su botín. Su
fuerza resalta nuestra debilidad, pero es insignificante frente a la fuerza de
Dios que está en Cristo. Curando y expulsando demonios, Cristo, hace patente su
poder sobre ellos, venciendo a quien se ha hecho fuerte por el pecado, y expulsando
a Satanás.
Rechazar a Cristo es
someterse a Satanás, que al encontrar la casa vacía, la ocupa con otros siete demonios,
para la perdición del hombre, haciéndolo cómplice de su obra destructora. En
relación a la fe, no hay vía intermedia. Los “no alineados” como se decía
frente a los bloques de la guerra fría, son una falacia en la vida espiritual.
La Escritura habla sólo de dos caminos: la muerte y la vida; elige la vida para
que vivas. “Quien no recoge conmigo,
desparrama”. Por eso, si respondemos Amén a la entrega de Cristo en la
Eucaristía, comiendo su carne y bebiendo su sangre, lo hacemos para tener vida
eterna en él.
Que así sea.
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