Miércoles 12º del TO
Mt 7, 15-20
Hemos
escuchado que los falsos profetas se disfrazan de ovejas; su disfraz son su
hipocresía y sus palabras, que aun apareciendo en ocasiones buenas, tratan de
engañar a quienes se dejen seducir por ellas. Por eso, en estos casos, dirá
Jesús: “Haced, pues, y observad todo lo
que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen” (Mt 23,3).
La
persona está llena de fantasías, ilusiones y deseos, pero su verdad se
manifiesta en sus actos conscientes y libres, que la definen y la construyen.
Los que se dejan guiar por el espíritu de Dios, esos son hijos de Dios (Rm 8,
14).
El corazón debe pues, estar sólidamente
adherido al Señor mediante las acciones de nuestra voluntad y no sólo por vanas
especulaciones de nuestra mente, por las palabras, por los sentimientos o los
deseos.
Con frecuencia nuestro corazón está lleno de sí
mismo: de nuestros miedos y nuestra desconfianza, que se plasma en la
incredulidad y con dificultad se abre a la voluntad de Dios que es siempre amor
y fortaleza para quienes en él se refugian. Por eso la incidencia de la palabra
en nosotros es, con frecuencia, débil, al no encontrar resonancia en el abismo
de nuestro corazón.
Las obras de justicia con las que respondemos a
la voluntad amorosa de Dios; son las piedras sillares que sostienen la casa del
justo, para que se mantenga en pie eternamente. Sólo en sus acciones, se
muestra la verdad de la persona, como decía Juan Pablo II en “Persona y acción”
y el resto son intenciones, fantasías e ilusiones, como decía santa Teresa. “Hechos
son amores”, como dice la sabiduría popular.
Que así sea.
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