Domingo 11º del TO A
(Ex 19, 2-6; Rm
5, 6-11; Mt 9,36-10,8)
En
la primera lectura Dios promete su alianza a su pueblo, si escucha su voz y le
obedece, pero como dice el salmo (81, 12),
“mi pueblo no escuchó mi voz Israel no quiso obedecer”. Como consecuencia, la
corrupción y el desorden reinan en la tierra; el pueblo anda como “rebaño sin pastor”, a la desbandada,
como en la derrota frente a Ramot de Galaad (1R 22, 17), inspirando la
compasión del Señor.
Como
fruto de la misión, el mal retrocederá en el corazón de los hombres y Satanás
caerá de su encumbramiento. «Rogad, pues,
al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.» Pedid que Dios suscite
mensajeros a los que enviar para pastorear a los que se pierden por falta de
cuidado pastoral.
Siendo el Señor quien llama, quien lo puede todo y quien
quiere la salvación del hombre, invita, no obstante, a los discípulos, a
sintonizar con la voluntad de Dios, mediante la oración, para unirlos a la
evangelización. Qué gran fuerza la de la oración y que prioritario es en la
misión y en la “pastoral vocacional” el deseo y el celo evangelizador de la
Iglesia. Dios que lo puede todo, quiere nuestra sintonía con su amor y su voluntad
salvadora, para que nuestra vida sea un tiempo de misión, como lo es la de
Cristo mismo, unida al Padre en constante oración.
Dios quiere someter cada carisma de salvación, a la
aceptación libre y gozosa, de cada pastor y de cada hombre, como corresponde a
un corazón que ama los deseos del Señor. La Iglesia tiene el corazón de Cristo:
su celo por la oveja perdida, y así debe ser también el corazón de cada uno de
sus miembros. Cuando Cristo envía a sus discípulos les dice: “Id más bien a las ovejas perdidas.” Es
fácil encontrar pastores que se apacienten a sí mismos, que cuidan de su propia
oveja, pero hay que pedir a Dios que
envíe obreros a su mies; pastores que cuiden de sus ovejas, con especial
celo por las descarriadas. Pastores con el corazón de Cristo, con su Espíritu,
que lo hagan presente al mundo redimiéndolos como su único pastor, salvador y
redentor.
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