El Inmaculado Corazón de la Virgen María
Is 61, 9-11; 2Co
5, 14-21; Lc 2, 41-51
Todo en María nos remite al amor de Cristo, como expresa el
Evangelio de las bodas de Caná, al decirnos: “Haced lo que él os diga”, y siguiendo su ejemplo de “guardar y
meditar su palabra en su inmaculado corazón”. Ella, la bendita por haber creído
cuanto le fue anunciado de parte del Señor.
De su inmaculada concepción deriva su inmaculado corazón, redimido
el primero en vista de los méritos de Cristo, y en orden a su llamada a dar a
luz al Salvador del mundo.
El evangelio de hoy nos presenta a la madre, comenzando a
vislumbrar el resplandor de la espada que atravesará su alma, separándola por
tres días del hijo de su amor, hasta reencontrarlo de nuevo en la casa del
Padre, a la que también ella será asunta, y donde permanecerán inseparables sus
corazones. Sagrado Corazón del Hijo, e Inmaculado de la madre.
También nosotros estamos implicados en esta conmemoración,
que nos llama a la esperanza de ver realizarse en nosotros este misterio de
salvación por el que el Hijo ha sido encarnado y la madre preservada de todo
mal.
Dichosos también nosotros que creemos lo que nos ha sido
anunciado de parte del Señor: Que el Espíritu Santo descendería sobre nosotros,
siendo cubiertos por el poder del Altísimo, para engendrar en nosotros un hijo
de Dios. Nuestra pobreza, gracias al don de Dios, no será impedimento a su
promesa, como no lo fue la pequeñez de María.
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