Sábado 9º del TO

 Sábado 9º del TO  

Mc 12, 38-44

 Queridos hermanos:

           La viuda en la Escritura es siempre figura de la precariedad existencial junto al huérfano y al extranjero, y es Dios mismo quien se constituye en su valedor, instando la piedad de los fieles en su protección. En consecuencia, la viuda piadosa es siempre modelo para los fieles, de la confianza y del abandono en Dios, propios de la fe. A la consideración de esas cualidades de la fe, nos invita hoy la palabra, presentándonos a esta viuda.

          Pecar contra las viudas que se acogen al Señor, abusando de su humana desprotección como hacen los escribas del Evangelio, supone enfrentarse directamente al juicio del Señor su defensor.

          Si cabeza de la mujer es su esposo, como dice san Pablo, la Iglesia tiene a Cristo, su cabeza, en el cielo, por lo que podemos atribuirle justamente la condición de viuda, como también a cada alma fiel, y vive abandonada en su Señor confiando plenamente en él. El problema es tratar de sustituir en el corazón al Esposo por el marido (baal), como la samaritana del Evangelio; al Señor por el dinero.

          La viuda del Evangelio de hoy opta por el Señor que ve lo escondido de su corazón y lo precario de su situación; ella entrega su vida mientras otros entregan lo accesorio; ella se entrega entera, mientras otros quedan al margen de su dádiva; como decíamos ayer, la fe es una vida entregada a Dios; ponernos en sus manos y abandonarnos a su voluntad que siempre es vida y vida eterna, y se manifiesta en la llamada concreta que cada uno recibe para seguirle. No hay una llamada mejor que otra, pero es el Señor quien llama. Esta viuda da cuanto necesita mientras otros parte de sus sobras; si Dios provee todavía un tiempo de subsistencia continuará en esta vida y si no, comenzará a vivir eternamente en el Señor. Es mejor la precariedad de la confianza en Dios, que la pretendida seguridad de la abundancia. La palabra de Dios hace inagotables nuestras miserables “orzas” y “tinajas”, como a la viuda de Sarepta.

          Solamente en Dios, está la vida perdurable y de él depende cada instante de nuestra existencia. Sabiduría es saber vivir pendientes de su voluntad y abandonados a su providencia. La necedad, en cambio, es hacer de los bienes, la seguridad de nuestra vida. Lo entregado a Dios permanece para siempre, y lo reservado para uno mismo se corrompe. Lo que valoriza el don es la parte de la persona involucrada. No tanto lo que uno da, sino lo que uno se da.

          Que el don total de sí, que Cristo nos ofrece en la Eucaristía, encuentre en nosotros la correspondencia de la fe.

           Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario