Viernes 9º del TO
Mc 12, 35-37
En este evangelio Cristo trata de hacer comprender a los judíos las aparentes contradicciones con las que la Escritura envuelve la figura del Mesías, que tiene un rango más elevado que el mismo David, a quien el Espíritu Santo le hace llamarlo Señor, y a quien Dios mismo sienta a su derecha, y todo lo demás que dice de él el salmo 110: Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados, yo mismo te engendré como rocío antes de la aurora.
El hijo de David está destinado a ser
rey, pero para ser Señor del rey deberá ser algo más. Sólo Dios es Señor del
rey y el “Hijo de David” tiene por tanto una relación con Dios muy especial que
los judíos no alcanzan a comprender. Profecías como estas, anuncian sin
desvelarlo, el misterio de Cristo, Hijo de Dios, que los escribas ignoran
despreocupadamente sin que la predicación de Cristo les mueva lo más mínimo. No
reconocen su ceguera y en consecuencia no serán curados.
A sus discípulos les anuncia al Mesías-Siervo que podría escandalizarlos, y de hecho los escandalizará a todos en Getsemaní (cf. Mc 14, 27; Jn 16, 32), y a los judíos el Mesías-Señor que brota de la tierra, pero tiene su origen en el cielo, y está a la derecha del Padre: Tu, “Siéntate a mi derecha. El salmo 110, mesiánico por excelencia canta ambas realidades del Mesías: su señorío y sus sufrimientos, que llevarán a la victoria definitiva, al Siervo del Señor, y al Señor de David.
El Mesías tendrá que beber del
torrente, lugar de las batallas, de la purificación de los pecados y de los
ídolos; lugar de sangre y lágrimas, y frontera límite de la porción del Señor.
Elías bebe del torrente en el tiempo de la purificación de Israel, donde
morirán los falsos profetas. Lugar también de la abundancia de las delicias del
Señor, es fuerza impetuosa de los sufrimientos y también en las consolaciones.
Llamado a lo más grande, el Mesías será sometido a la purificación más
terrible. Aprenderá sufriendo a obedecer, como dice la Carta a los hebreos,
mostrando su amor al Padre y a nosotros, abrazando el dolor. Amor que duele
profundamente hasta el extremo.
También a nosotros el Señor tiene que
enseñarnos a relativizar nuestra razón y toda nuestra vida, para que busquemos
su luz y su auxilio cuando los acontecimientos nos superen y parezcan contestar
el amor que Dios nos tiene. Recordemos una vez más a Abrahán, que esperando
contra toda esperanza, creyó, o creyendo contra toda esperanza, amó. Pero
muchas veces eso nos trae sin cuidado y no aceptamos lo que supera nuestra
razón, y nos escandalizamos del sufrimiento, sin entrar en el misterio amoroso
del dolor, que Dios ha asumido en Cristo por nosotros. Pensamos que seguimos al
Señor, pero sólo nos mueve, un idolatrado “estado de bienestar”.
Que la oración nos ayude a encomendar
nuestro espíritu en las manos del Señor.
Que así sea.
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