Viernes 27º del TO
Lc 11, 15-26
Queridos hermanos:
Ante Cristo, toda la
realidad se divide en dos: O con Cristo o contra él. Toda la historia y toda la
creación tienden, por tanto, al encuentro con Él, constituido como puerta, camino
y meta de la existencia hacia la bienaventuranza eterna. Frente a la realidad
del mundo sometido a Satanás y a la muerte por el pecado, la vida de Dios se
ofrece gratuitamente al hombre por medio de Cristo, que nos rescata por su
cruz. Quien se queja de la radicalidad del Evangelio es siempre el “tibio,” del
que dice la Escritura, que será vomitado.
La
palabra nos habla de la incredulidad de los judíos, y del espíritu de Cristo,
que no ha venido a juzgar sino a perdonar y salvar, derribando a Satanás del
cielo.
Los judíos del
Evangelio acusan al Señor de estar endemoniado por su autoridad contra los
demonios, haciendo estéril la gracia y la salvación de Dios en ellos. Su
ceguera les impide reconocer en Cristo el Espíritu, a quien llamamos: “Dedo de
la diestra del Padre,” ya que por Él, Dios hace sus obras, de forma semejante a
como el hombre se vale de sus manos para realizar las suyas; así la dureza de
su corazón les hace rechazar a Dios, atribuyendo sus obras al diablo; verdadera
blasfemia contra el Espíritu Santo.
Si lo propio del
demonio es la maldad, cómo va a dedicarse a hacer bien y a curar, librando a
los hombres de su poder. ¿También el poder de curar de mis discípulos y de
vuestros hermanos e hijos es diabólico? Pues si no lo es, ellos os juzgarán por
vuestra incredulidad y falsedad.
Necesitamos
discernimiento, para que nuestros juicios no se vuelvan contra nosotros y nos
condenen por no haber acogido la salvación gratuita de Dios que se nos ofrece
con Cristo.
Sólo quien es más
fuerte que el diablo puede expulsarlo y despojarlo de su botín. Su fuerza
resalta nuestra debilidad, pero es insignificante frente a la fuerza de Dios
que está en Cristo. Curando y expulsando demonios, Cristo hace patente su
poder para vencer a quien se ha hecho fuerte por nuestro pecado, expulsando a
Satanás.
Rechazar a Cristo es
someterse a Satanás, que al encontrar la casa vacía, la ocupa con otros siete demonios,
para la perdición del hombre, haciéndolo cómplice de su obra destructora. En
relación a la fe, no hay vía intermedia, los “no alineados,” que así se
denominaban frente a los bloques en la guerra fría, son también una falacia en
la vida espiritual. “El que no está
conmigo, está contra mí.” La Escritura habla sólo de dos caminos: de muerte
y de vida; elige la vida para que vivas.
Cuando respondemos Amén
a la entrega de Cristo en la Eucaristía, comiendo su carne y bebiendo su
sangre, lo hacemos para tener vida eterna en él.
Que así sea.
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