Témporas de Acción de Gracias y de Petición
Dt 8, 7-18; 2Co 5, 17-21; Mt 7, 7-11
Queridos hermanos:
El tema que presenta hoy la palabra, es la oración, que nace del conocimiento de la bondad de Dios y de su amor por todo lo que ha creado, y de forma especial por nosotros. No podemos olvidar su poder y la precariedad que nos envuelve. En la oración de petición, hay que considerar la parte subjetiva que condiciona la calidad de nuestra oración; cuál es su objeto y con qué oportunidad, intensidad y conveniencia suplicamos aquello que deseamos alcanzar. La triple exhortación evangélica de: “Pedid, buscad y llamad”, une a nuestra precariedad, la confianza en quien la puede remediar, que nos hace perseverar en la súplica. Necesitamos ser fortalecidos, sobre todo, en esa confianza, que depende de la firmeza de nuestra fe, cuyas compañeras inseparables son, nuestra esperanza, y nuestra caridad.
El
Espíritu, la cosa buena por excelencia, el Don que Cristo nos ha ganado con su
total entrega, debe ser nuestra máxima aspiración, pues aunque Dios provee
siempre a nuestras necesidades, hemos sido creados, para nuestra participación
en su propia vida divina, en la comunión definitiva con él. Pedir el Espíritu implica desearlo, amarlo y anteponerlo a todo; pedirlo con todo el corazón. Él,
es el maestro de la oración y viene en ayuda de nuestra flaqueza porque
nosotros no sabemos pedir como conviene, como nos recuerda san Pablo.
Cuando
sea el amor el que nos mueva como fruto del Espíritu, estaremos atentos a
procurar a los demás el bien que también nosotros deseamos, más que responder solamente
con la misma moneda con que se nos paga a nosotros. Es el Espíritu quien nos
mueve a actuar por el bien, como única razón,
sin dar cabida al mal. De una fuente dulce no brota agua amarga. De Dios
no sale nunca el mal. El Evangelio está lleno de este responder al mal con el
bien, como Dios hace con nosotros. Recordemos aquello de san Bernardo: Amo
porque amo, amo por amar. Por eso necesitamos pedir, buscar y llamar, para que
se nos dé el Espíritu que Cristo nos ha ganado con su entrada en la muerte y su
resurrección y el resto lo recibiremos por añadidura. Pidamos por quienes no
conocen el amor del Señor, busquemos a los pecadores y llamemos a los
extraviados para que regresen a Dios. Si no encontramos en nosotros
merecimientos para recibir lo que pedimos, busquémoslos en la paternidad
bondadosa de Dios, que quiere dárnoslo, como dice el Seudo-Crisóstomo.
Que así sea.
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