Martes 27º del TO
Lc 10, 38-42
Queridos hermanos:
¿En qué consiste el “elegir la mejor
parte” que no le será quitada? ¿Por qué María es alabada y Marta dulcemente
corregida?
Estar sentado a los pies de alguien escuchándolo,
es la postura del discípulo. María, sería pues, la discípula, figura de la
congregación de los discípulos que es la Iglesia, que como esposa puede abrazar
y besar los pies del esposo, reconocerlo además como maestro y Señor,
bebiéndose sus palabras. Cristo ha venido a evangelizar y no a ser agasajado,
de forma que: “el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo le
resucite el último día.” La misión
de Cristo es servir y no ser servido. Cristo podía decirle a Marta: Si quieres
honrarme, déjame servirte y ser yo tu justicia y la razón de tu existir; debes
desear ser como María y no que ella sea como tú. La verdadera acogida de un
profeta es valorar su misión, que nos conecta con Dios. Si a Jesús le complace
la acogida de Marta, le emociona la de María.
Marta
honra a Jesús de Nazaret humanamente, afectivamente, más carnalmente podemos
decir, pero no reconoce la dedicación de María, que creyendo en Cristo, el
Señor, ansía de él la vida. Mientras Marta quiere a Jesús, María ama a su
Señor. Mientras Marta hace una obra buena, María bebe de la fuente viva. El
servicio de Marta es añadidura entrañable y perecedera. María busca el Reino de
Dios que es eterno.
Marta está convencida de la bondad de su
entrega y no duda en recriminar a Cristo mientras juzga a su hermana pensando:
“primero es la obligación y luego la devoción”. Vive el acontecimiento, más en
función suya que en función de su hermana. Está convencida que a Cristo le complace
más su dedicación que la de María. Dice Juan que María es la que ungió los pies
del Señor (Jn 11, 2). Podría ser, pues, la pecadora perdonada de la que brota
ahora tan gran amor por Cristo, mientras Marta, que quizá siempre se habría
mantenido fiel cumplidora de la ley, habiendo sido menos perdonada, es ahora menos
vehemente en el amor. Quien se siente bueno fácilmente juzga. Su relación con
los demás y con Dios es más el “cumplimiento” que el agradecimiento. El afecto
necesita reconocimiento, mientras la caridad es gratuidad. Se podría decir que
Marta honra en la carne, mientras María en el espíritu.
Esta palabra nos muestra estas dos
posturas posibles juntamente en nosotros ante el Señor: una natural y la otra
sobrenatural. La primera es buena, pero la segunda es la mejor y la única
necesaria y trascendente. La “parte mejor”
es el trato asiduo con el Señor, el haberse encontrado con Él a través de la fe
sentándose a sus pies como discípulo, de quien es figura María. Como la esposa
del Cantar, María puede decir: “Encontré el
amor de mi alma, lo he abrazado y no lo dejaré jamás.” Nadie se lo quitará.
Si en nuestro servir al Señor
descubrimos la necesidad de compensaciones, y el deseo de reconocimiento, nos
situamos más cerca de la actitud de Marta que de la de María, vivimos más en la
letra que en el espíritu, en la exigencia más que en el don; en nosotros mismos,
más que en el Señor. Aunque ambas actitudes pueden coexistir en nosotros, la de
María es prioritaria, y sin ella es fácil caer en un activismo que se corrompe
fácilmente por concupiscencias y pasiones.
La Eucaristía nos llama a discernir y
elegir la parte mejor, que es acoger al Señor para recibir de él vida eterna.
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