Miércoles 30º del TO (cf. domingo 21 C)
Lc 13, 22-30
Queridos hermanos:
A la pregunta sobre la cantidad de los que se salvan, la respuesta del Señor viene a ser: Depende de vosotros; se salvan los que quieren; aquellos que acogen la salvación gratuita de Dios con una vida conforme a su voluntad; aquellos que permanecen en el amor que han recibido gratuitamente del que los ha redimido con su sangre y perseveran hasta el fin en su gracia; aquellos que con la fuerza de su Espíritu combaten, se hacen violencia y convierten su fe en fidelidad.
Leemos en la profecía de Habacuc
(2,4): “El justo vivirá por su
fidelidad.” La justificación que se alcanza por la fe, si se hace vida
deviene en fidelidad, que consiste en perseverar en el don recibido.
Decía San Juan de la Cruz que al final
seremos examinados en el amor. La puerta estrecha tiene la forma y la
incomodidad de la cruz, en la que se nos ha mostrado verdaderamente el Amor.
Amar al que nos ama y al que goza de nuestra simpatía, es un amor fácil y
natural, carnal, que no necesita ser valorado. El amor del que penden la ley y
los profetas es revelado: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo." Pero el amor
de Dios por nosotros ingratos y pecadores es tan insólito, que ha necesitado
ser anunciado, revelado en Jesucristo y recibido por el don del Espíritu. De
este sumo Bien bebe la creación entera. Adherirse a él en la libertad, es
participar de su bondad, o como solemos decir: ser bueno, hacer el bien.
Hacer el mal, ser malo, por el
contrario, implica siempre un rechazo del Bien en sí y de la bondad que hay en
las creaturas. Es a través de sus obras, como conseguimos captar la verdad de
la persona: su bondad o su maldad, tan llenas de intenciones, deseos y
propósitos: “Apartaos de mí, agentes de iniquidad”. Nuestras acciones
deben estar en concordancia con nuestros buenos deseos y proyectos de bondad,
para considerarnos en el camino del bien. De lo contrario nuestra pretendida
bondad no sería más que una vana ilusión, que podría llevarnos al más fatídico
desengaño.
“Hechos son amores” dice la sabiduría
popular: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando.” O sea, que,
por la obediencia, el siervo llega a ser amigo: “El que guarda mis
mandamientos, ese me ama”.
Por
la Eucaristía somos introducidos en la entrega de Cristo y nos adherimos a ella
con nuestro amén, para hacerla vida nuestra en la espera de su venida.
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario