Domingo 31º del TO B
(Dt 6,
2-6; Hb 7, 23-28; Mc 12, 28-34)
Queridos hermanos:
En la palabra del Deuteronomio, Dios promete vida larga, abundante y feliz, para quien guarde este primer mandamiento y le ame con todo su ser. Amar, es tener a Dios en nosotros, porque Dios es amor. Dios depositó su amor en nosotros al crearnos, pero el pecado pervirtió en nosotros el amor, encerrándonos e incapacitándonos para amar a alguien que no sea nosotros mismos. Ya decía san Agustín, que no hay nadie que no ame, y el problema está en cuál sea el objeto y la ecuanimidad de su amor: Ni amar más, ni menos, de lo que cada persona o cosa deba ser amada.
El Levítico parte de esta realidad y
nos muestra el camino del prójimo como segundo mandamiento, que concreta el
primero, como mediación para salir de nosotros mismos e ir en busca del amor, y
así Cristo, como hemos visto en el Evangelio, unirá este precepto al del amor a
Dios: “El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. He aquí el
camino de la vida feliz indicado por la Ley, y recorrerlo lleva al hombre hasta
las puertas del Reino: “no estás lejos del Reino de Dios”.
Sin embargo, sólo en Cristo se abrirán
las puertas del Reino a un mandamiento nuevo. “Os doy un mandamiento nuevo; este es mi mandamiento: Que os améis los
unos a los otros, “como yo os he amado”; amor nuevo, dado al hombre, no en
virtud de la creación, sino de la Redención, de la “nueva creación,” por la que
es regenerado un amor en el corazón del hombre, como aquel con el que Cristo se
ha entregado a nosotros. Este será pues, el mandamiento del Reino; el
mandamiento nuevo; el mandamiento de Cristo, en el que el escriba del Evangelio
es invitado a adentrarse mediante la fe, creyendo en Él.
Una vez más, como dice el Evangelio de
Juan, el amor cristiano no consiste en que nosotros hayamos amado a Cristo,
sino en que Cristo nos amó primero. Si el amor cristiano es el de Cristo,
recordemos sus palabras: “Como el Padre me amó, os he amado yo a vosotros.”
El amor cristiano, por tanto, no es otro, ni diferente del amor del Padre, con
el que amó a Cristo y con el que Cristo nos amó a nosotros. Amar al hermano, en
Cristo, es por tanto signo y testimonio del amor de Dios en el mundo. A esta
misión hemos sido llamados por la fe en Cristo, porque como dijo el profeta
Oseas: “Yo quiero amor; conocimiento de Dios.” En esto consiste el verdadero culto que quiere Dios: Padre, Espíritu y
Verdad: El amor de Cristo en nosotros.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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